Descripción
«Pedro Blanco (1883-1919)»: eso fue lo primero que leí, hace ya unos cuantos años.
Buscaba algo que ya no recuerdo, en relación a las Canciones portuguesas de Ernesto Halffter, y di con un programa de concierto en el que, además de las citadas canciones, se incluían varias obras de un tal Pedro Blanco. Por curiosidad, indagué un poco sobre el compositor y encontré que era natural de León y había fallecido en Oporto. Me intrigó la existencia de un músico que había nacido en el mismo lugar que yo, había vivido en mi ciudad favorita y, sobre todo, del que yo no sabía absolutamente nada.
Quizá fuera una casualidad la que me hizo encontrarlo, o quién sabe qué, pero desde entonces no he podido dejar de indagar sobre este paisano mío que murió hace ahora un siglo…
El autor
Prólogo de Martín Llade
El baúl de la música española atesora aún muchas gratas sorpresas como es la de la figura de Pedro Blanco, de la cual yo tenía una vaguísima noción debido a que años atrás, mientras trabajaba para una revista, un disco con sus obras pasó por mis manos efímeramente para ir a engrosar el montón de álbumes recién editados que debía reseñar. Uno de tantos.
Sin embargo, recientemente recibí un mensaje de un oyente de mi programa de radio que me solicitaba que le redactase unas líneas a modo de prólogo para una monografía dedicada a este músico. He de confesar que acepté de inmediato, sin pensarlo siquiera, porque todo lo relacionado con exhumar compositores españoles olvidados, o ni siquiera conocidos en ningún momento en realidad, es una de mis debilidades. Cuando el exhaustivo trabajo de José Antonio Martínez-Pereda llegó a mis manos me sorprendí muy gratamente. Aunque yo lo situaba en su León natal (de donde es también el autor de este estudio) lo cierto es que Pedro Blanco había vivido casi la mitad de su corta vida en Oporto. Eso me llamó de inmediato la atención, puesto que soy de los que opina que España y Portugal tienen todos los elementos a favor para tener una relación de intercambio social y cultural como pocos países vecinos en Europa y sin embargo esta no se da. De igual parecer era mi paisano Unamuno, cuya amistad con Pedro Blanco también fue otra sorpresa para mí.
Y así, a partir de estos datos desconocidos para mí hasta ese momento, fui sumergiéndome en las numerosas revelaciones que me aguardaban a cada página y que nadie se había preocupado por recopilar hasta entonces. Surgía ante mí un compositor alumno de depurado romanticismo que sabía hábilmente oscilar entre el espíritu chopiniano y la entraña española, pues no en vano fue alumno de Pedrell. Mas también en su breve pero sólida producción, había lugar para ese hogar definitivo en que se convirtió para él Portugal. Descubrir de repente detalles de esa vida, que me transportaban al Espinho de principios del XX, y al círculo reunido en torno a Manuel Laranjeira, se convirtió en un momento determinado en algo más que adentrarme en la biografía de un músico. Del material elaborado por Martínez-Pereda se desprendía un perfume de saudade al adentrarme en ambientes inéditos para mí pero de los que de inmediato me sentía parte, como si hubiera estado allí en una vida anterior. Sin duda alguna, un efecto logrado gracias a una pluma hábil y amena que ha sabido conferir un barniz novelístico a un material que en otras manos bien hubiera podido ceñirse al laconismo de la mera consigna de datos y fechas.
En fin, no quiero extenderme más porque creo que es turno de ceder la palabra a quien ha rescatado a Pedro Blanco de ese olvido al cual condenamos con frecuencia en España a nuestras mentes más brillantes, ya hayan vivido aquí, en París o en Portugal. Creo que quien comience esta lectura no podrá abandonarla y procurará escuchar de inmediato las canciones y piezas pianísticas de este extraordinario músico al que esa gripe llamada malamente española privó, hace ahora cien años, de legarnos más obras de extraordinario valor. Pero lo que queda, queda y gracias a este libro podremos percatarnos aún más de ello.
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