Sinopsis de Chinés, mi hermano
Por los claustros de la iglesia de San Pedro el Viejo de la ciudad de Huesca, antigua Osca romana y Waska musulmana, se accede a una antigua capilla, bajo la advocación de San Bartalomé, antigua sala capitular, que se tiene por la construcción más antigua del edificio. En ella descansan los restos de los reyes Ramiro II, llamado “El Monje” y de Alfonso I, “El Batallador” conquistador de la ciudad de Zaragoza.
El rey Ramiro, que reposa en la que fue también su morada, lo hace bajo una hermosa lápida de origen romano, procedente, posiblemente, de los restos arqueológicos aparecidos en el siglo XII. Los huesos de Alfonso I ocupan un sencillo sarcófago exento, realizado en tiempos modernos. Gracias a Valentín Carderera (1796-1880), podemos conocer cómo fue el sepulcro que durante siglos contuvo su cuerpo hasta que la desamortización de Mendizábal en 1836 y los movimientos revolucionarios de 1868 lo expulsaron de su morada de Montearagón. Otras sepulturas acompañan a las de los reyes. Son las del último abad de San Pedro, el benedictino Bernardo Alter Zapila, de estilo gótico, labrado en alabastro, la de una infanta desconocida y una tercera, sin más referencia que un nombre labrado en una laja de mármol: el de “Ferdinando Alfónsez”, cuyo cuerpo, de estirpe real, tuvo su acomodo durante siglos también en Monteragón, en sepulcro de refinada escultura con figura yacente, también desaparecido.
Hace ya muchos años sedujo al autor de este trabajo-novela la figura del personaje de tan modesta presentación y quiso saber más de él. Era nada menos que el sexto abad de Montearagón, hermano de Pedro II, combatiente junto a él en las Navas de Tolosa y tío y tutor de Jaime I “El Conquistador”. La curiosidad le indujo a buscar sus rastros históricos. La misión fue ardua pues apenas aparece en historia alguna, salvo en las biografías de Jaime y en el libre dels feits del mismo Jaime, en el que el rey dice de su tío alguna frase poco laudatoria.
El autor confiesa que no es un investigador capacitado para alumbrar al mundo de la ciencia histórica con nuevos descubrimientos que den más luz a las sombras que pueda tener el reinado del “Conquistador” y a su convulsa época. Sus fuentes se reducen, simplemente, a la numerosa documentación y biografías que sí hablan del rey Jaime. En ellas ha podido encontrar numerosos pasajes en los que el relato de las hazañas del rey conquistador de Valencia se mezcla con la presencia de la figura de su tío abad. Ello le hizo pensar en la injusticia que la historia comete con los personajes cuyos hechos, sobresalientes en sí mismos, son oscurecidos por la sombra que proyecta un gigante.
Cree el firmante que el personaje histórico elegido como motivo de estudio y alma de la novela, Don Fernando abad, al que los canónigos tuvieron a bien enterrar en un artístico sarcófago, cosa que no sucedió con el resto de los cuarenta y cuatro abades, entre los que varios fueron también hijos de reyes, bien merecía los focos de una mayor atención.
Después de algún modesto trabajo sobre el personaje, prendió en el autor la idea de hacer llegar su inquietud a un número mayor de lectores. Pensó en las grandes posibilidades que la historia de Jaime y su tío Don Fernando dan a la imaginación para, con toda humildad, escribir en el estilo que, para los lectores de novela histórica apadrinara Walter Scott. Buscó un soporte para la historia y, mitad pensando, mitad soñando, en los lugares recónditos de su imaginación, descubrió a Chinés, personaje con el que pudo introducirse en su tiempo, y recorrer los barrios moros o habitando los conventos del reino y aún participar en los campos de batalla de la época.
El autor se permite hacer alguna reflexión sobre la anomalía que supone el que, por la mayoría de los autores, se describa al infante Don Fernando con talante poco amistoso hacia su sobrino el rey, apoyándose en alguna cita del libre dels feits cuando, en otros pasajes de la historia, sobre todo en los que el rey, pasados los primeros años, es verdaderamente dueño de sus actos, colma a su tío de bienes y recompensas y solicita reiteradamente su apoyo y consejo.
Chinés, personaje creado por el escritor, acompaña a su señor Don Fernando durante la mayor parte de la obra, y es reconocido por éste con el apelativo de “Chinés, mi hermano”, que ha servido para dar título a la obra, es, como fácilmente deducirá el lector, el encargado de reflexionar sobre los interrogantes que se sugieren en el devenir de la historia narrada.
Por último, de ninguna manera se ha pretendido en la obra inventar hechos históricos, que están todos referidos y estudiados en los tratados de la ciencia histórica, sino acercarse con la imaginación a lo que los protagonistas y gentes de su alrededor pudieron pensar de ellos, introduciendo, pues era inevitable, las mismas inquietudes del autor que, a través de personajes ficticios pasea su mente por los pasillos de la época, intentando acercarse, difícil porfía, a la mentalidad de sus hombres.
Si el posible lector, capaz de llegar hasta el final de la novela, o el que la lea con placer hasta el final, que todo es posible, acaban enriqueciendo sus conocimientos sobre los dos protagonistas reales de la obra, don Jaime rey, y Don Fernando abad, el escritor se sentirá plenamente satisfecho.
El autor
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