Entre hombres y fantasmas

Descripción

Prólogo de Germán Gullón

Max Alonso, conservador del espíritu humano

Vivimos un tiempo histórico pleno de desafíos, climáticos, políticos, culturales, y muy en concreto, el lanzado por un letal virus a la salud colectiva, que ha trastornado el tejido social de nuestra moderna sociedad. A nivel personal, el mayor reto del Covid ha sido el extrañamiento de nuestros semejantes y la consiguiente soledad originada por la necesidad de aislarnos unos de otros. Físicamente, los confinamientos domiciliarios o la obligación de cubrir nuestros rostros con las mascarillas que debemos utilizar para proteger y protegernos perturbaron el normal contacto humano, el que por tantos años, décadas, hemos dado por supuesto. Ese placer de mezclarnos en los ámbitos públicos,  disfrutando de la convivencia social, necesaria para la salud mental de todo ciudadano, hubo de buscar otros ámbitos. Por fortuna, los libros, la literatura, ha supuesto para muchos una tabla de salvación, encontrando en la lectura, en las páginas de nuestros volúmenes preferidos el modo de mantener el calor humano, el que hallamos en las historias literarias, que trasmiten mediante la palabra verdades humanas.

Los libros han jugado el papel de refugio de soledades, y los autores, narradores, poetas, ensayistas, merecen que se les reconozca como lo que son, los conservadores, los curadores del espíritu humano. Quien conozca a Max Alonso sabe que una de las características de su personalidad es el deseo de aproximar voluntades, de fomentar el diálogo entre las personas, y que en tiempos de pandemia en su casa de Astorga se dedicó a pergeñar los textos que hoy presento aquí, y que suponen un deseo de establecer ese contacto, de conciliar voluntades en la búsqueda del entendimiento interpersonal.

Tampoco sorprenderá a nadie descubrir su faceta como autor dramático, que viene a sumarse a la de ensayista y periodista, porque precisamente la obra de teatro obliga al espectador a sumarse al colectivo de la audiencia, a sentirse parte del público, de un ente esencialmente social, a diferencia del lector de novelas que defiende su individualidad, que interpreta el texto a su manera, de forma individual. Además, la obra de teatro conlleva un elemento oral, de palabra hablada, propio para contar y recontar tradiciones, costumbres, que resuenan en un eco folclórico, tradicional, que en León reconocemos con el nombre de filandón.

Por eso, tampoco sorprenderá que este libro, Entre hombres y fantasmas, contenga dos obras, El banquete del amor y Pedro Mato y los espíritus, dos dramas, que juntos abordan el tema que ha unido a los seres humanos más que ningún otro, el amor. El primer texto trata del amor platónico, el segundo aborda el amor a la patria chica, a nuestro entorno. Podríamos decir que Entre hombres y fantasmas contiene los movimientos de una sinfonía dramática dedicada a presentar dos expresiones del espíritu. Uno posee la riqueza conceptual de un texto filosófico, el otro la belleza de un texto colmado de sensibilidad romántica.

El título del primer drama dice que se trata de una versión puesta al día del libro icónico de la filosofía occidental, El banquete o El simposio (385-370. a.C), de Platón, pero fiel al fondo y a la forma de la obra del filósofo griego. Como es bien sabido, la obra aborda el tema del amor, de esa emoción humana que impulsa a encontrar en otros aspectos complementarios ausentes de nuestra persona, cuyo conocimiento nos complementa y permite ser mejores. Se trata de un amor que une, no tanto mediante la satisfacción sexual, sino en la búsqueda de la verdad.

Encontramos en el texto a una serie de destacados ciudadanos de la gran Grecia reunidos en una cena ofrecida en honor de Agatón. Erixímaco propone que los asistentes hagan un elogio de Eros, el dios del amor, exponiendo su idea del amor, y así los asistentes en sus parlamentos expondrán sus ideas, que se irán complementando unas con otras. La última palabra corresponde a Sócrates, que termina diciendo que Eros en realidad no resulta un dios, sino que el amor, en verdad, es un esencial deseo de alcanzar la belleza. Así, el amor platónico une a los espíritus en la búsqueda de la verdad.

Cabe decir que el universo es el escenario de esta versión de la obra maestra de Platón, mientras Pedro Mato y los espíritus, la segunda obra del volumen busca el espíritu de la ciudad de Astorga, de un lugar concreto de la geografía leonesa, española, en su historia y en su intrahistoria. Los personajes de la misma son conocidos, prominentemente José Antonio Carro Celada, el conocido historiador maragato, y el excelente dibujante, ilustrador y pintor, Demetrio Monteserín, que inician un diálogo sobre la vida diaria, el día a día de la ciudad, y el espíritu de la misma que se oculta en su historia. Así el presente complementa al pasado en un filandón que los une, en el que el espíritu de personajes históricos, como el general Santocildes o el poeta Leopoldo Panero inciden en el presente, marcando al Astorga actual. El dialogo hace sonar a modo de diapasón una vibración dramática plena de romanticismo.

Las reminiscencias del ayer maragato nos elevan del lugar geográfico, el perfil físico de Astorga a un espacio, el espacio de la amistad, de la fraternidad ciudadana, donde vivimos una especie de momento del recuerdo, de cuando en el mundo no había problemas, y donde los problemas se han convertido en historia. Nos sitúa a los lectores, como el Pedro Mato que preside simbólicamente la vida de la ciudad desde las alturas de la catedral, en el centro de la leyenda, una que refiere el quiebro humano de la vida, el amor a nuestro pasado.

Max Alonso con estas dos obras se confirma en su oficio de conservador del espíritu humano.