La paz imposible

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Descripción

LA PAZ IMPOSIBLE. LOS INTENTOS DE PAZ EN LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA

Íñigo Moreno de Arteaga, Marqués de Laserna


 

ÍNDICE

PRÓLOGO, por Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, 9

LA PAZ IMPOSIBLE

Fuentes investigadas, sus siglas, 17

CAPÍTULO I. ANTECEDENTES, 19

CAPÍTULO II. LA MEDIACIÓN DE INGLATERRA DURANTE LA REGENCIA, 23

La negociación toma cuerpo, 27 – El proyecto se consume, 34.

CAPÍTULO III. EN BUSCA DE LA PAZ, 39

Expedición a Costa Firme, 46 – Memoriales para la pacificación, 47 – El Consejo de Indias, 51 – Nuevos memoriales, 62.

CAPÍTULO IV. LA LABOR DIPLOMÁTICA ANTE LA SANTA ALIANZA, 67

Se resucita la mediación, 68 – El memorando inglés, 72 – La contramemoria española, 76 – La opinión de Humboldt, 79 – La opinión rusa sobre la mediación, 81 – Las entrevistas de San Carlos y Castlereagh, 84 – Actividad de Cea Bermúdez en San Petersburgo, 89 – Prosiguen las reuniones de San Carlos en Londres, 91 – El cambio de Ministro de Estado, 105 – Nuevos rumbos en la cuestión americana, 108.

CAPÍTULO V. LA PAZ CON LA CONSTITUCIÓN COMO BANDERA, 113

Negociaciones de paz en Miraflores. 1820, 115 – Las negociaciones, 120 – La parte secreta de la negociación, 127 – Negociaciones con Salta y Tucumán, 131 – Armisticio en Tierra Firme, 133 – El Armisticio y el Tratado de regulación de la guerra, 136.

CAPÍTULO VI. LAS COMISIONES DE PACIFICACIÓN EN 1820, 139

La Comisión a Buenos Aires, 142 – Las Comisiones a Venezuela y Nueva Granada, 145 – Los comisionados a Costa Firme, 149.

CAPÍTULO VII. PUNCHAUCA, EL MÁS SERIO EMPEÑO DE PAZ, 151

Un rey para América, 158 – La paz se aleja, 164.

CAPÍTULO VIII. NUEVAS COMISIONES DE PAZ, 179

Manifiesto de Fernando VII, 184 – Reacciones internacionales, 187 – Las legaciones, 192 – Comisión a Costa Firme, 198 – Comisión a Nueva España, 201 – La Comisión al Río de la Plata, 208 – Repercusión en Perú de la Convención preliminar, 211 – Fracaso del tratado de comercio y cancelación de la Comisión, 214.

CAPÍTULO IX. ÚLTIMA TENTATIVA CON LA SANTA ALIANZA, 217

La intervención inglesa, 221 – La reunión del Consejo Superior de Indias, 224 – Canning interviene, 226.

CAPÍTULO X. LA PAZ IMPOSIBLE, 233

APÉNDICE DOCUMENTAL, 239

  1. 1. Instrucciones de A.R. el príncipe Regente a los comisionados para la América Española. [1811], 241 – 2. Memoria Confidencial. Londres, 25 de Septiembre de 1817, 244 – 3. El Rey a los habitantes de Ultramar. 1820, 249 – 4. Ynstrucciones reserbadas para los Comisionados que van, de orden de el Rey a procurar la pacificación de las Provincias disidentes de Ultramar. [24 de Abril de 1820], 252 – 5. Tratado de Armisticio. Trujillo, 26 de Noviembre de 1820, 261 – 6. Tratado de Regulación de Guerra. Trujillo, 26 de Noviembre de 1820, 265 – 7. Manifiesto que de orden de Su Majestad han pasado los Ministros y Encargados de negocio de España a las Cortes de Europa. Madrid: Imprenta Real, 1822, 268 – 8. Prevenciones reservadas a los Comisionados nombrados por S.M. para las provincias disidentes de Ultramar. [1822], 273 – 9. Convención preliminar acordada entre el Gobierno de Buenos Aires y los Comisionados de S. M. C., 281.

BIBLIOGRAFIA, 285

ÍNDICE ONOMÁSTICO, 289


 

PRÓLOGO de Hugo O’Donnell y Duque de Estrada [1]

Mi inolvidable amigo y compañero, el gran americanista Guillermo Céspedes del Castillo, señala en la que fue su última obra publicada que, a comienzos de 1810, cuando la conquista francesa de España parecía imparable, los españoles americanos empezaban a sentirse en la misma situación que los peninsulares se hallaron dos años antes. Siguiendo el ejemplo de estos, decidieron prescindir de organismos centrales, cuya ineficacia quedaba probada [2]. Es difícil resumir en tan pocas palabras el origen de un conflicto que iba a durar catorce años durante los que hubo intentos frustrados de reconciliación, por iniciativa de gobiernos de distinto signo, pero de la España europea todos.

Como en la Península, en América surgen de la mano revolución y guerra contra el francés y el mal gobierno. Las especiales circunstancias locales de los “españoles americanos”, que por tales se tienen, y el poco éxito de los intentos de pacificación no militares, harán que la primera desemboque en soluciones propias y que la segunda, a falta ya de amenaza gala, pivote hacia combatir el mismo nombre español. Por parte del gobierno del Reino, las políticas de palo y zanahoria se suceden y alternan, primando, sí, los imperativos de necesidad, pero pesando también otras circunstancias menos pragmáticas y acaso más decisivas, pertenecientes al mundo mutante de las ideas colectivas. La irrupción del Romanticismo ideológico y elitista, a medio camino entre lo utópico y lo posible, juega su baza desde la misma estructura del poder central a la que debilita y una reacción sacro-política, reforzada por “santas alianzas” exteriores y desde siempre mayoritaria en el interior, vuelve a levantar cabeza hasta que en el epílogo de Ayacucho no se enfrentarán ya dos ideologías, sino dos nacionalidades que no pueden convivir en un mismo territorio por propia definición. Los últimos intentos, entre deferencias y cumplidos de hermanos liberales, estaban de antemano abocados al fracaso.

A este tema se dedica el presente libro, cuyo título La paz imposible, evoca otras publicaciones sobre guerras civiles que los sucesores intelectuales y afectivos de los protagonistas, al igual que los mejores de aquellos, hubieran dado cualquier cosa por que no se hubiesen producido. Estoy pensando en el propio autor, involucrado por sangre y por nombre con el último virrey del Perú. En su título de marqués de Laserna, ha reconocido Juan Carlos I su mérito, asociado al del que cerrase en Perú y en toda América los siglos de dominación hispana y que intentase, como no podríamos dejar de reseñar ni él ni yo, compaginar la “filantropía de la paz” con el honor del militar.

En la lucha ideológica, sustentadora durante largo tiempo de la confrontación armada, participaron en cada uno de los campos, criollos y peninsulares, como hijos de una idéntica cultura. Cada opción tuvo apoyo en tierras americanas, sustentada tanto por sectores colocados en la cima como en la base social. ¿Cómo entender que un ejército realista pudiese mantenerse en campaña victoriosa durante catorce años en el Perú? Eso y otras muchas cosas, como la eficacia de las partidas “fidelistas” de nativos, pertenece al mundo de lo que la historiografía tradicional americana y más concretamente la peruana, prefiere omitir. Banderas olvidadas que un buen amigo tituló, estudió y sacó de la más ingrata preterición [3]. El bando secesionista necesitó triunfar en una guerra cruenta y larga, para poder imponerse.

Especialmente esclarecedor es el capítulo II de este libro, dedicado a la fracasada mediación inglesa, originada como consecuencia de la aparición en Londres, en el verano de 1810, de la trinidad formada por Bolívar, López Méndez y Bello, en representación del gobierno insurgente venezolano.

La actitud inglesa fue sin duda desleal de principio a fin, ya que ni correspondía recibir a una representación revolucionaria, ni mucho menos utilizarla para obtener de España lo que ella ofrecía a cambio de un reconocimiento ya otorgado por el gobierno inglés al Consejo de Regencia. La tentación era sin embargo demasiado formidable; suponía la obtención de algo que hasta entonces no habían conseguido por medio de las armas. Todo el siglo XVIII, puede considerarse como un estado de guerra semipermanente entre ambas potencias, con algún interludio de paz lleno de suspicacias mutuas y detrás de él el intento de obtener el comercio americano.

Me permito recordar para mejor comprensión de lo que en el texto se señala, que en el trasfondo hay que ver una alianza hispano-británica, débil aún, improvisada de la noche a la mañana y signada “a la trágala” por ambas partes. La amenaza principal del reino español había pasado a ser Francia, al atentar contra su propia entidad europea, pero la ejercida tradicionalmente contra el comercio y el propio dominio español en América por parte de Londres seguía y seguiría presente, aunque a partir de entonces sin revestir la forma de agresión directa, adoptando respecto a América una actitud ambigua, especialmente cuando a sus intereses comerciales afectaba, so capa de ideales liberales y librecambistas. Por parte de Inglaterra el mantenimiento de una “guerra peninsular” era fundamental hasta conseguir una nueva coalición europea definitiva, una vez que la Quinta Coalición anti-napoleónica había desaparecido con el Tratado de Schönbrunn, el 14 de octubre de 1809.

Si el móvil no era honorable, mucho menos lo era la forma. Una propuesta de mediación sólo podría proponerse entre naciones soberanas, como muy bien muestra nuestro autor, pero en la opinión pública inglesa permanecía viva la actitud española en la Guerra de Independencia Americana –American Revolution– en la que, antes de entrar España del lado francés y del de los colonos sublevados, Carlos III había ejercido por su parte el papel de mediador interesado que ahora ella pretendía representar. Durante ocho meses de intercambio de pareceres intentó el Rey español con gran ingenuidad acercar posturas que ya eran irreconciliables y de, como de paso, conquistar dentro de Inglaterra a Menorca y a Gibraltar con los cañones de las plumas [4]. Se viene afirmando habitualmente que Inglaterra no ofreció nada en absoluto en aquella ocasión, salvo buenas palabras y manifestaciones filosóficas sobre la bondad de la paz, por lo que se acabó produciendo la entrada en guerra de España, en forma que hoy día se empieza a reconocer como decisiva. Lo que sin embargo ocurrió sin que mediara el reconocimiento “de iure” de los angloamericanos sublevados como nación, ya que repugnaba a los principios carolinos cualquier alzamiento contra un rey legítimo, aunque lo resultara “de facto”.

Se tiene poco o nada en cuenta que algo más hubo y se desestimó en su momento, cuando en 1780 el gobierno de Lord North incluyó en el borrador de un posible acuerdo un párrafo con el compromiso bilateral, hipotético y futuro, de no ayudar a las colonias eventualmente sublevadas y el ofrecimiento recíproco de ayuda militar hasta obtener su sumisión. Se perdió así la oportunidad de sellar una paz duradera; un cambio radical de alianzas que pudo haber trocado el futuro que ahora analizamos.

¿Se calibraron entonces bien los verdaderos intereses de España? Al conde de Aranda que llegó a afirmar que en esa guerra “(…) hemos peleado contra nuestra causa…”, se atribuye la premonición del “contagio político” a que el auxilio a los colonos pudiera dar lugar; pero había sido el marqués de Grimaldi quien había advertido previamente: “(…) Son demasiado sagrados los derechos de todos los soberanos en sus respectivos territorios y es también demasiado arriesgado el ejemplo de una rebelión para que Su Majestad se ponga a apoyarla a cara descubierta [5].”

Don Manuel Godoy, hombre a quien se le concediera el funesto privilegio de contemplarse a sí mismo después de muerto según Mariano José de Larra, diría de esta guerra que merecía más que ninguna el epíteto de impolítica, considerando buena parte de los males posteriores (…) una triste hijuela de la lucha empezada en mala hora por la cuestión americana. El Príncipe de la Paz se defendería en sus memorias de la acusación del conde de Floridablanca de habernos convertido en cómplices de regicidas, alegando que antes éste había pactado con los súbditos rebeldes que incubaban la semilla de lo que inmediatamente sería la Revolución Francesa. No le faltaba razón, ya que Aranda y Floridablanca debieron haber pensado que el apoyo prestado a las colonias inglesas contra su metrópoli podía servir de pretexto algún día a las nuestras para lanzarse a la insurrección y proclamar su independencia. Godoy afirma ser consciente ya de aquélla (…) sobre el odio y los rencores todavía recientes de la Inglaterra contra España por su cooperación con la Francia en la guerra americana, odio y rencores que sería mucho más fácil á los ingleses satisfacer á su mano con la capa de amigos, ocupada por ellos la península, que no en guerra abierta, dueños nosotros de nuestro albedrío y nuestras fuerzas. Si efectivamente fue así como cuenta y de cuando lo cuenta, los acontecimientos posteriores lo convirtieron en el más acertado de cuantos augures estamos citando [6].

Gran Bretaña ganaba siempre, con España o contra ella, y por lo mismo jugó a todo y lo seguiría haciendo durante todo el periodo, oponiéndose a cuantas iniciativas de pacificación se intentaron desde foros internacionales. El autor define con acierto la maniobra: La utilidad se convierte en fuente de derecho a la hora de querer esta potencia justificar el no haber hecho nada conducente a la pronta terminación de la guerra entre los americanos y su antigua metrópoli. En 1825, consumó la felonía y el negocio, reconociendo la independencia de los estados hispanoamericanos.

Los demás proyectos de soluciones pactadas lo fueron sin intermediarios, pero la fatalidad quiso que cronómetros ideológicos marcasen contenidos parejos, pero desajustados en el tiempo. La hora política de España, la de las soluciones aceptables, no vino a coincidir con la de América. Nos ha pasado siempre, también respecto a Europa, nos sigue pasando, nos seguirá pasando… En los hechos que se analizan, imposible o descartada en su momento la solución militar como “ultima ratio regis”, a cada fase coyuntural pacifista, corresponde una forma diferente de intentar el arreglo. Panacea universal filosófica, mediación extranjera y cainita, borrón y cuenta nueva paternal, gesto de desarme unilateral… nada sirvió y acaso cualquiera pudo haber servido. Iñigo Moreno lo explica magistralmente y sin circunloquios.

Pocas veces ocurre, ante una obra de las características de la presente, que el lector se sorprende de que haya tenido que pasar tanto tiempo para que a alguien se le haya ocurrido escribirla. Es un síntoma inequívoco de que era necesaria y es oportuna.

Mucha es la aportación que contiene, incluyendo, además, lo conocido, embutido hasta ahora en historias mucho más genéricas. Se circunscribe a lo básico, lo que reduce la extensión del libro, permitiendo un instrumento formal de transmisión comprensible, amena y literaria. Se podrá seguir ampliando información sobre tema de tanta importancia, se podrán sumar nuevos datos para la comprensión del fenómeno, pero éste es el libro de divulgación erudita que a cuantos nos dedicamos a estos menesteres nos hubiera gustado escribir.

 

Hugo O´Donnell y Duque de Estrada

Duque de Tetuán

De la Real Academia de la Historia

[1] O’Donnell y Duque de Estrada, Hugo (1948). Duque de Tetuán. Militar e historiador. Académico Numerario de la Real Academia de la Historia.

[2] Céspedes del Castillo, Guillermo: La Regencia y los Reinos de Indias en la primavera de 1810. En La América Hispana en los albores de la Emancipación. Actas de IX Congreso de Academias Iberoamericanas de la Historia, Madrid, 2005, pág. 661.

[3] Albi de la Cuesta, Julio: Banderas olvidadas: el ejército realista en América, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1990.

[4] El conde de Aranda: Idea para el caso de que Inglaterra se negase a la mediación de España y ésta hubiese de tomar partido (París, a finales de abril de 1779). Recogido por Ferrer del Río, Historia del reinado de Carlos III en España, Madrid, Matute y Compagni, 1856, tomo III, p. 270.

[5] Dictamen reservado del Conde de Aranda sobre la independencia de las colonias inglesas después de haber echo el tratado de Paz apuntado en Paris el año de 1783, Biblioteca Nacional (Madrid), ms. 22023/4, fol. v. / El marqués de Grimaldi al conde de Aranda, El Pardo, 4 de febrero de 1777. Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 3884.

[6] Memorias del Príncipe de la Paz. Cuenta dada de su vida política por Don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz; ó sean Memorias Críticas y Apologéticas para la historia del reinado del Señor D. Carlos IV de Borbón. Madrid, 1836, págs. 207 y 386.

La paz imposible Los intentos de paz en la independencia de América

Autor Íñigo Moreno de Arteaga
Portada Ver portada
Editorial CSED
Año 2012
Idioma Español
Encuadernación Tapa dura con sobrecubierta; 17 cm. x 24 cm.
Nº de páginas 296
ISBN 9788493796624

Íñigo Moreno de Arteaga

Íñigo Moreno de Arteaga

ÍÑIGO MORENO DE ARTEAGA, MARQUÉS DE LASERNA (MADRID, 1934)

Doctor en Historia por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Sobresaliente cum laude con la tesis El último Virrey, José de la Serna, conde de los Andes. Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia. Académico de honor de la Real Academia de Bellas y Nobles Artes de la Purísima Concepción de Valladolid.

Obras de investigación:

Privilegios Reales y Viejos Documentos de Jerez de la Frontera, (Madrid, 1971): tomo VIII de la colección Joyas Bibliográficas; Trotsky en España, (Barcelona, 1972): epílogo al Lenin de León Trotsky, publica-do y prologado por Jesús Pabón; Fórmulas oficiales de homologación de los trofeos de caza, (Madrid, 1987); Fórmulas CIC para homologar los trofeos de caza españoles, (Madrid, 2000); Cacerías en España, (Madrid, 1997); Sobre el lobo cerval o el lubicán de Galicia por Fray Martín Sarmiento, (Madrid 1999); Rimas de caza, (Madrid, 2001): Círculo de Bibliofília Venatoria; Las Nuevas, por el Vizconde de Poncins, (Ma-drid 2003); Exploración de la Sierra de Cazorla en busca de la Capra hispanica, (Madrid 2004); Cacerías de sarrio, oso y Jabalí por Achille Fouquier, (Madrid 2005):Círculo de Bibliofília Venatoria; Rebecos en la España del siglo XIX, (Madrid, 2009); José de la Serna, último virrey español, (Madrid 2010): Colección Akrón de Historia..

Obras de creación:

Domingo a Domingo, (Sevilla, 1987); Diario de un peregrino, (Madrid 1992); El cazador en el tiempo, (Ma-drid, 1997); Los cazadores: Familia, género y especie, (Madrid, 2001); Sendas de caza, (Madrid, 2001);Gozos, pesares y enredos cinegéticos, (Madrid 2007); Dignidad de la caza, (Madrid 2010), galardonada con el “Prix literarire 2010 du Conseil International de la Chasse”; Las nobles y bellas artes y la caza, (Madrid 2010); Serranillas. Andanzas de amor y caza, (Madrid, 2011).

También ha escrito extensos capítulos en las siguientes obras: La caza en España, (Madrid, 1964); Los libros de la caza española, (Madrid, 1975); 25 años de escopeta y pluma, (Madrid, 1995); En plenitud, (Madrid, 1999) de Gabriela Maura; Conversaciones con cazadores de sarrios y rebecos, (Barcelona, 2009) de José Ramón de Camps; La técnica de la caza en selvas y sabanas, (Sevilla, 2001) de Juan Luis Oliva de Suelves, [2 capítulos]; La caza en la sangre, (Madrid, 2007) de Rocío Falcó, condesa de Berantevilla; Marqués de Valdueza, (Badajoz, 2008); Conversaciones sobre el macho montés, (Barcelona, 2009) de José Ramón de Camps; El gran libro de la rehala, (2009); Doña María, 100 años, (Sevilla, 2011); Del monte y la montería, (Madrid, 2011), además de numerosos prólogos y centenares de artículos publicados en revistas y prensa diaria.

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