ELC – EDICIONES LA CRÍTICA

La pequeña Historia de España (1931-1936)

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Descripción

LA PEQUEÑA HISTORIA DE ESPAÑA (1930 – 1936)

Alejandro Lerroux


 

Í N D I C E  G E N E R A L

PRÓLOGO (2009), por Juan Manuel Martínez Valdueza, 19

PRÓLOGO (1937), por Alejandro Lerroux García, 25

 

Libro I. Pequeños antecedentes

CAPÍTULO 1. RESTAURACIÓN Y DICTADURA, 33

Obra de la Restauración, 33 – Persecuciones, 34 – Apoliti­cismo, 35 – La masa neutra, 35 – La clase obrera, 35 – Deca­dencia, 36 – Cansancio del país, 36 – La Dictadura, 37 – Derrumbamiento, 38.

CAPÍTULO 2. LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA, 39

Estado de la democracia española, 39 – Penuria de “hombres”, 39 – La clase media, 40 – Los valores humanos de los revolucionarios del siglo XIX, 40 – Se inicia el servilismo ante las masas obreras, 40 – Procedimientos poco leales, 41 – El 12 de abril de 1931, 41 – Sorpresa y atonía, 42 – El pueblo li­bre, 42.

CAPÍTULO 3. EL PARTIDO RADICAL, 43

El Partido Radical, 43 – Vicisitudes, 43 – Del imperialismo al “esplén­dido aislamiento”, 44 – Sin ideal nacional, 45 – Me visita Canalejas, 45 – Mi posición en el problema de Marruecos, 46 – Mi posición ante la gue­rra europea, 49 – Mi actitud en la hora de la paz, 52 – Conclusiones, 53.

CAPÍTULO 4. LOS RECIÉN LLEGADOS, 55

Los recién llegados, 55 – Intelectuales y pseudo-intelectuales, 55 – In­com­prensión del problema, 56 – Sobre la guerra europea, 57 – Lo que fue y sus consecuencias, 57 – Nuestro caso, 57 – Una República exótica, 59 – La demagogia descontenta, 59 – La revolución que ella quería, 60 – Cómo la intentó, 60 – Flaqueza de los gobernantes, 61 – La fatal influen­cia del socialismo político, 62 – Paradojas, 63.

Libro II. Pequeñas comedias

CAPÍTULO 5. CÓMO SE HACE LA HISTORIA, 67

Cómo se hace la historia, 67 – Razón de algunos títulos, 68 – Presenta­ción de Alcalá Zamora, 68 – Su rápida ascensión, 69 – Los grandes ora­dores, 69 – Los que yo admiraba, 69 – Los que podíamos llamarnos de tú, 70 – Primera ofensiva contra mí de don Niceto, 70 – Mi candidatura en la provincia de Córdoba, 72 – Debate sobre política electoral, 72 – Réplica viva, 73 – Testimonio de Maura, 73 – Heridas del amor propio, 73.

CAPÍTULO 6. MARCHA ASCENDENTE DE DON NICETO, 75

Marcha ascendente de don Niceto, 75 – Una cosa es la fama y otra la autoridad, 75 – Pocos amigos y grandes ambiciones, 76 – El golpe de estado de Alfonso XIII, 76 – Honesta posición de don Niceto, 76 – En la corriente del río revuelto, 76 – Me dedico a la conquista de don Niceto, 77 – Primera entrevista, 77 – Frente a la Dictadura, 77 – Segunda conferencia, 78 – Frente a la Monarquía, pero aún no con la Repú­blica, 78 – Una maniobra de eliminación, 78.

CAPÍTULO 7. LA ALIANZA REPUBLICANA, 79

La Escuela Nueva, 79 – Origen de la Alianza Republicana, 79 – Mani­fiesto, 80 – Disidencia de Domingo, 80 – Deslealtades, 80 – Presentación de Azaña, 81 – A conspirar en el Ateneo, 82 – Iniciativa de una reunión en San Sebastián, 82 – La comedia preparada, 83 – El Pacto famoso, 84 – Mentiras y verdades sobre el Pacto, 85.

CAPÍTULO 8. JUNTAS QUE NACEN POR GENERACIÓN ESPONTÁNEA, 87

Juntas que nacen por generación espontánea, 87 – Gobierno Provi­sional de la futura República, 87 – Soy llamado con urgencia a Ma­drid, 87 – Tres viajes para ofrecerme la cartera del Ministerio de Es­tado, 88 – Declaraciones sinceras, 89 – Quedo embotellado, 89 – El tesoro revolucionario, 89 – Gestiones para nutrirlo, 90 – A la caza de gangas, 91 – Mis combinaciones financieras, 91 – Propuesta extraordinaria, 92 – El caso March y Ordinas, 93.

CAPÍTULO 9. PEQUEÑAS CAUSAS Y GRANDES EFECTOS, 97

Pequeñas causas y grandes efectos, 97 – Gobierno Provisional en crisis que pudo ser definitiva, 97 – Cómo fue Prieto a la cartera de Hacienda, 98 – Cómo Albornoz a la de Obras Públicas, 98 – Incidente pintoresco, 99 – Boceto a pluma de Álvaro de Albornoz, 100 – Se crea el Ministerio de Comunicaciones, 101 – Cómo fue a él Martínez Barrio, 101 – Hace falta un Manifiesto revolucionario, 102 – Don Niceto no sirvió para Tirteo, 102 – Y le mortificó que Indalecio se lo demostrase, 102.

CAPÍTULO 10. EN ESPERA DEL MOMENTO, 105

En espera del momento…, 105 – Misteriosa visita de don Niceto, 105 – La fecha del movimiento, 105 – El plan, 105 – Don Niceto, a Bilbao, 106 – Yo al Limbo, 106 – Instrucciones famosas, 107 – Un coronel, un cura y una viuda, 107 – Don Niceto a la cárcel, 108 – Otros sí y otros no, 109 – Delega­ción de poderes, 109 – Cartas interesantes, 109 – Yo al frente de… una clínica, 111 – Material revolucionario, 111 – Mis gestiones, 111 – Con Besteiro, 112 – Con Sanjurjo, 112 – Devuelvo los poderes, 113 – Prieto tenía razón, 113.

Libro III. Pequeños dramas

CAPÍTULO 11. LA TRAGEDIA DE JACA, 117

La tragedia de Jaca, 117 – Consideraciones, 117 – Presentación de Fermín Galán, 118 – Mis relaciones con él, 119 – La Sanjuanada, 119 – Proyectos del Capitán, 119 – Intervengo para disuadirle, 120 – Famosa visita a Alcalá Zamora, 120 – Acusación infamante, 120 – Maniobra abortiva, 121 – Inter­vengo de nuevo para contener a Galán, 121 – La sublevación, 121 – La conducta de Galán, 122 – La de don Niceto, 122.

CAPÍTULO 12. CÓMO SE INICIÓ EL GOBIERNO PROVISIONAL, 123

Cómo se inició el Gobierno Provisional, 123 – Religiosas que me piden protección, 125 – Yo, sin enterarme, 130 –Ca­mino de Ginebra, 130 – Incendio de iglesias y conventos en España, 130 – Don Niceto, en la higuera, 130 – Maura, en la copa del árbol, 131 – Inter­vención del Ministro de Estado en la Sociedad de las Naciones, 131 – Regreso a Madrid, 132 – Ni oste ni moste, 133 – Indiferencia para la polí­tica, 133.

CAPÍTULO 13. ELECCIONES A CORTES CONSTITUYENTES, 135

De regreso de Ginebra, 135 – Banquete en el Casino de Madrid, 135 – Mi discurso define una política, 136 – La difícil facilidad de hacerse cargo, 136 – Mi debut parlamentario, 136 – La figura de Silvela, 136 – Un recuerdo a Cánovas del Castillo, 137 – Lo que pudo hacer y no hizo Alcalá Za­mora, 138 – Miedo al Poder y a las responsabilidades del Poder, 139 – Prematura convocatoria de Cortes, 140 – Resultado de las elecciones, 141 – Contrastes mortificantes, 141.

CAPÍTULO 14. AZAÑA, PRESIDENTE DEL CONSEJO, 143

Prieto en funciones, 143 – El Hipódromo, 143 – El Pardo, 143 – Almuerzo en la Zarzuela, 144 – El mejor orador para Indalecio, 144 – Carambola, 144 – Azaña en acción, 145 – Reformas militares, 145 – Militarismo y antimilita­rismo, 146 – Mi posición, 146 – Cómo se valoriza Azaña, 147 – En pugna con Alcalá Zamora, 148 – Alevosía del primero, 148 – Dimisión del segundo, 148 – Conflicto entre dos soluciones, 148 – Azaña, Presidente del Consejo, 150.

CAPÍTULO 15. LAS BRUJAS DE MACBETH, 151

Detalles y pormenores, 151 – Razones y sinrazones de don Niceto, 151 – Las brujas de Macbeth, 152 – Don Niceto se enfada y renuncia, 152 – Sus amigos predilectos, 152 – Se me explora para llevarme a la Presidencia de la República, 152 – No acepto, 153 – Alegato de mis razones, 153 – Lo que necesitaba el país, 154 – La obra maestra del crimen, 155 – Galarza vuelve a escena, 155 – Mi segundo viaje a Ginebra, 156 – Conferencia telefónica, 156 – Se prepara una intriga, 156 – Galarza en París, 156 – Sus confidencias, 157 – Misión que le había confiado el Gobierno, 157 – Análisis de la gran intriga, 158.

CAPÍTULO 16. LA FELONÍA DE AZAÑA, 161

Se discute la Constitución, 161 – Elección de Presidente de la República, 161 – Republicanos y socialistas no deben seguir gobernando juntos, 162 – Se produce la crisis protocolaria y planteo la cuestión, 164 – Mi solución, 164 – Alianza Republicana se reúne y opina como yo, 164 – Azaña, encargado de formar Gobierno, intenta disuadirme, 165 – Transacción desatendida, 165 – Nuevo Gobierno sin radicales, 166 – Si­lueta del “gran hombre”, 166 – Oposición “ministerial”, 167 – Presidente de la Asociación de la Prensa y Círculo de Bellas Artes, 169 – Rebe­lión latente en toda España, 170 – Conferencias con Sanjurjo, 170 – Leales advertencias al Gobierno, 172 – Azaña me propone una felonía, 173 – Trampa preparada y trampa burlada, 173.

CAPÍTULO 17. EL 10 DE AGOSTO Y CASAS VIEJAS, 175

La sublevación de Sanjurjo, 175 – El hecho y la persona, 175 – Desenlace de la intriga que se inició en Madrid y fracasó en París, 176 – Insinua­ciones de Azaña: el sobre blanco, 176 – Por qué callaba Lerroux, 177 – Cómo se rompe ese silencio, 178 – Campaña de oposición, 179 – La obs­trucción, 179 – Casas Viejas, 180 – Azaña, Casares y Menéndez, 180 – Imputa­ciones terribles, 180 – Discurso de Martínez Barrio: sangre, fango y lágrimas, 181 – Mi opinión y mi actitud, 182 – Consecuencias: tercera crisis ministerial de la República, 183.

CAPÍTULO 18. LOS SOCIALISTAS, 185

Razón de una política, 185 – Necesidad de separar del Gobierno a los socialistas, 186 – Oportunidad de plantear el problema, 186 – Opiniones valiosas: Besteiro, Ventosa Calvell, Bergamín, Sánchez Román, Miguel Maura, Romanones (Conde de), 187 – La crisis y la disolución de Cortes, 190 – Opiniones de Alba y de los ya citados, 190 – Los radicales en batería, 190.

CAPÍTULO 19. EL LEÓN Y LA SERPIENTE, 193

Soy llamado a consulta, 193 – Lo que procedía, 193 – El hombre provi­dencial, 193 – Sus tendencias y lejanas aspiraciones, 194 – Su modo de proceder, 194 – Se me ofrece el poder y se me pide un sacrificio, 195 – Cómo se razonaba, 195 – Ofrecimiento tácito y maquiavélico, 195 – Me en­cargo de formar Gobierno, 196 – Coalición republicana parlamentaria, 196 – Organizo el Ministerio, 196 – Azaña y yo, 197 – Me hace y atiendo dos recomendaciones, 197 – Situación del problema al resolverse la crisis, 198 – Presentación a las Cortes, 200 – Posición de los partidos, 200 – La con­jura y la traición, 200 – El león y la serpiente, 201 – Crisis total, 202.

CAPÍTULO 20. INTRIGA EN MI ALCOBA, 203

Veintisiete días de gobierno, 203 – Momento crítico, 203 – Actitud de Martínez Barrio, 203 – La de Besteiro, 203 – Proceso de la crisis, 204 – Consi­deraciones, 204 – Visita inesperada a media noche, 206 – Azaña, Domingo, Martínez Barrio y yo en mi alcoba, 207 – Don Niceto había ofrecido el poder a Diego, 207 – Le autorizo para que lo acepte, 208 – Un paso hacia el fondo de la cuestión, 209 – El culpable primero, 209 – Masones o marxistas, predilectos del cristianismo, 210 – Presidente de la Repú­blica, 210 – Fariseísmo, 211 – Contrastes y antinomias, 211 – Labor de don Ni­ceto, 212 – El porqué de esta intriga, 213.

Libro IV. Pequeñas tragedias

CAPÍTULO 21. LAS ELECCIONES DE 1933, 217

Justificación de titulares, 217 – Gobierno Martínez Barrio, 218 – El Minis­tro de la Gobernación, 218 – Cómo se fue a las elecciones, 219 – El deber ante ellas, 220 – El que ha sido cocinero antes que fraile, 220 – Egoísmo y vanidad, 220 – Cálculos fallidos: el de Martínez Barrio; el de Rico Avello; el de Romanones, 221 – Terrible profecía de Bergamín, 225 – Re­sul­tado electoral, 227 – Tres momentos críticos, 227 – Composición de las nuevas Cortes, 228 – La presidencia del Congreso, 229 – Por qué y cómo fue designado Alba, 230 – Por qué no lo fue Martínez Barrio, 230.

CAPÍTULO 22. OSCURAS MANIOBRAS, 231

Dimisión de Martínez Barrio, 231 – Política de su Gobierno, 231 – En Ma­rruecos, 232 – En materia electoral, 232 – Derrota del Gobierno y de la República, 233 – Los culpables, 234 – Frente a Su Excelencia, 235 – Manos limpias… de actas, 235 – Lo que no hizo don Niceto, 236 – Me encargo del poder, 237 – Primer disentimiento de Martínez Barrio, 239 – Impuse mi autoridad, 240 – Maniobras oscuras, 241 – Un retrato y una dedicatoria, 241 – Un banquete y un discurso, 241 – Política de atracción, 242 – Crisis parcial, 242 – Solución: tres ministros de la CEDA, 243.

CAPÍTULO 23. MARTÍNEZ BARRIO, ADIÓS, 245

La ausencia de Pablo Iglesias, 245 – Cómo se inicia en España el co­mu­nismo ruso, 247 – Estado propicio del país, 247 – Resentimiento y en­vidia entre las clases sociales, 248 – Prieto, agente de enlace, 249 – Em­pieza la desmoralización criminal, 249 – Impunidad y sus causas, 250 – La política que se necesitaba, 251 – Otra vez la intervención de don Niceto, 251 – Mi plan, 252 – Aparece la disidencia, 253 – Declaraciones de Diego en Blanco y Negro, 254 – Leal y subordinado, adicto y ministerial, 254 – Estalla la disidencia, 256 – Levanta bandera, 256 – Anuncia la inevitable revolu­ción y se va, 257 – Y termina al servicio de los enemigos de la Patria, 258.

CAPÍTULO 24. CAMINANDO A TIENTAS, 259

El autor camina a tientas, 259 – Perfiles de don Niceto, 260 – Compromi­sos de la propaganda electoral, 261 – La amnistía, 261 – Los haberes del Clero, 262 – Se inicia el bloque ministerial, 262 – Actitud de Su Excelencia, 262 – Su oposición, 262 – Sus recelos, 263 – Se conspira por la revolución so­cial, 263 – El Gobierno frente a la revolución, 264 – Alcalá Zamora y Sala­zar Alonso, 264 – En defensa del Estado, 265 – Los socialistas obstruyen y amenazan con el retraimiento, 266 – Apruébase la amnistía, 267 – El Pre­sidente se resiste a promulgarla, 267 – Gestiones para una solución, 268 – Consejo de Ministros memorable, 268 – Incidente grave, 269 – Crisis, 270.

CAPÍTULO 25. LAS CRISIS MINISTERIALES, 273

Crisis ministeriales de la República, 273 – Rumbos que pudo tomar ésta y no tomó, 274 – Táctica de don Niceto, 275 – Exaltación de Ricardo Samper, 276 – Gestiones de Samper, 276 – Por qué le autoricé para formar Gobierno, 277 – Examen de hipótesis, 277 – La venia y la condición, 278 – La mayoría me ofrece un voto de confianza, 279 – Conversación histó­rica entre Casanueva y yo, 279 – Renuncio a un honor y expongo los motivos, 280 – Votación definitiva de la Ley de Amnistía, 280 – El orden público y la opinión de Romanones, 280 – Reflexiones sobre la inele­gancia de la República, 281 – Don Niceto y el Presupuesto, 282 – Don Ni­ceto y el orden público, 283 – Vivir de apariencias, 284 – Protección in­consciente a la revolución, 284 – Salazar Alonso intenta dimitir, 284 – De­claraciones suyas más sensacionales ahora que entonces, 285 – La voz de ultratumba, 285.

CAPÍTULO 26. LA OBSESIÓN DOLOROSA, 289

La obsesión dolorosa, 289 – Transformación inexplicable, 289 – Reflexio­nes, 290 – Lo que yo debí hacer con Martínez Barrio, 290 – Interrogacio­nes y disyuntivas, 291 – Con sus propios argumentos, 292 – Pretextos que no pudieron serlo, 293 – La disidencia ante la Junta Nacional del Par­tido Radical, 293 – Lo que pudo y debió hacer don Niceto, 294 – Estam­pas trágicas: Martínez Barrio, Rebollo, García Berlanga, los Al­faro, 302.

CAPÍTULO 27. ESPAÑA EN SEPTIEMBRE DE 1934, 307

La situación en España en septiembre de 1934, 307 – El presupuesto, 307 – El orden público, 307 – La cuestión social, 308 – La cuestión política, 308 – Las fuerzas parlamentarias, 308 – El Presidente Samper, 308 – Actitud de don Niceto para con los socialistas, 309 – …para con la CEDA, 309 – El medio ambiente de don Niceto, 310 – Predilectos suyos que colabo­ran en el campo rojo, 310 – El enemigo en casa, 310 – Maniobras militares, 311 – Alijo de armas en Asturias, 311 – Se frustra el traslado a Madrid de las cenizas de Galán y García Hernández, 311 – La Generalidad de Cataluña, 311 – Luis Companys, 312 – Su pequeña tragedia, 312 – Otra crisis: sale Samper y entra Lerroux, 314 – Amenaza socialista si gobierna la CEDA, 315 – Ministros de la CEDA en el Gobierno, 315 – Sacrificio ministe­rial de Salazar Alonso, 315 – Inverosímil confabulación de socialistas, separatistas y republicanos de aluvión, 316 – Solidaridad del crimen, 316 – El nuevo gobierno toma posesión, 317 – Los socialistas cumplen la amenaza y se insurreccionan, 317 – Suspensión de garantías, 317 – En Gobernación, 318 – Conferencias con el general Batet por teletipo, 318 – Batalla en la Puerta del Sol, 318 – Noticias del movimiento en Astu­rias, 319 – Hablo por la radio a España entera, 319 – Emoción y eficacia, 319 – Felicitación de don Niceto, 320 – Por fin me da dos motivos de gra­titud, 320 – El segundo se frustró a la puerta de la Academia de la Lengua, 320.

CAPÍTULO 28. EL SEPARATISMO EN CATALUÑA, 321

El separatismo en Cataluña, 321 – El catalán, 321 – El heroísmo de la Generalidad, 322 – La felonía de un soldado español, 322 – El ambiente en Madrid, 323 – Ofrecimientos patrióticos al Gobierno, 323 – Visita de José Antonio Primo de Rivera, 323 – Mi relación con tres generaciones de su apellido, 323 – Con el Marqués de Estella, 324 – Con el Dictador, 324 – Con José Antonio, 325 – Oración sobre su tumba, 326 – Hostil indiferencia de don Niceto, 327 – Los ángeles de la piedad, 328 – Arenga de José Antonio en la Puerta del Sol, 328 – La Falange me hace guardia de honor, 328 – El retintín de Su Excelencia y las causas que lo producen, 329 – Rendi­ción de Pérez Farrás, 330 – Desaparece Prieto, 330 – Azaña, en Barcelona, 330 – El coffre-fort de Azaña en Madrid, 330 – Lo que yo pienso de aquella actuación de Azaña, 331 – Independencia de los Tribunales, 332.

CAPÍTULO 29. JUSTIFICACIÓN DEL ALZAMIENTO NACIONAL, 333

Justificación del Alzamiento Nacional, 333 – Mientras Salicio tañía la zampoña, 333 – Con la mano en la garganta del enemigo, 334 – Rebelión del 34 y rebelión del 36, 334 – Sin la presencia de don Niceto en su alto cargo, ni la del 32, ni la del 34, ni la del 36, 335 – La política del Presidente, 335 – Verdadera causa de la disolución de las Constitu­yentes, 336 – Contra el Partido Radical y sus hombres, 336 – Los plagios de Azaña, 337 – Lo procesal de la justicia castrense, 337 – El proceso de Pérez Farrás, 337 – La sentencia, 338 – Mi actitud y mi opinión frente a la pena de muerte, 338 – Don Niceto toma posesiones, 339 – El derecho de indulto en la Constitución, 340 – Procedimiento de ejecución de sen­tencia, 340 – El asunto a Consejo, 340 – Entrevista dolorosa, 343 – Don Niceto y yo, frente a frente, 344 – La batalla en el Consejo, 345 – Excepción dila­toria, 345.

CAPÍTULO 30. CAPÍTULO DE MISCELÁNEA, 347

Capítulo de miscelánea, 347 – Menudencias de mucho bulto, 347 – El problema del desarme de la población civil, 347 – Propósito de mo­nopolizar la fabricación de armas y municiones, 348 – Los intereses creados coinciden con el de los socialistas, 348 – Don Niceto al quite, 348 – El enemigo en casa, 349 – El cacao de Fernando Poo, 350 – Las sospe­chas de don Niceto, 351 – Los intereses creados y los servidores de Su Excelencia, 352 –Y el enemigo también en casa, 352 – Mi paso por el Mi­nisterio de la Guerra, 353 – Por qué y para qué, 353 – La amnistía y sus consecuencias, 354 – Don Niceto en guardia y yo de centinela, 354 – Mi­llán Astray, 354 – Don Niceto parpadea y suspira, pero firma, 355 – Franco, 355 – Fanjul, 355 – Campaña difamatoria del socialismo interna­cional, 356 – Acuerdo para contrarrestarla, 357 – Los crímenes de la rebe­lión en Asturias, 357 – Un libro que se reduce a folleto para no mo­lestar demasiado a los socialistas, 359 – Don Niceto otra vez al quite, 359.

CAPÍTULO 31. LA REBELIÓN DEL 34, 361

La rebelión del 34, 361 – Demócratas contra la democracia, 361 – Pretex­tos, móviles y propósitos, 362 – Las Notas sobre la crisis, 362 – Actitud de don Niceto, 362 – Motivos en que pudo fundarla, 363 – A vueltas con la condena de Pérez Farrás, 363 – Informe del Tribunal Supremo, 364 – Prestigio y autoridad del Gobierno, 364 – El sentimiento patriótico ante el separatismo catalán, 364 – Y ante el bandolerismo de los re­beldes asturianos, 365 – Reacción popular y nacional, 366 – La suscripción para el Ejército, 366 – Un crédito para reconstruir Oviedo, 366 – La Banca y la Bolsa, 366 – Ansias de paz y orden, 367 – El único Gobierno posible, 367 – Opinión de un periodista ilustre, 367 – Volvamos a Cataluña, 368 – Presentación de Portela Valladares, 369 – Cómo y por qué le saqué del panteón, 369 – El muerto resucitado empieza a paso de lobo, 370 – El ex­pediente de Pérez Farrás a Consejo y se acuerda la ejecución de la sentencia, 370 – Nueva intervención de don Niceto en Consejo bajo su presidencia, 371 – Se acuerda el indulto, 371 – Confesión de culpa, 372.

CAPÍTULO 32. RODANDO, RODANDO…, 373

Rodando, rodando…, 373 – En el Alto del León, 373 – En San Rafael, 374 – Una tarde conocí a mister Henri Torres, 375 – El caso del sargento Vázquez, 375 – Sentencia, 375 – Actitud de don Niceto, 376 – Ejecución, 376 – Comparación de conductas, 377 – Condenas procedentes de Asturias, 377 – Criterios diferentes, 377 – Discurriendo sobre hipótesis, 378 – Interviene una mujer, 380 – Mi resolución, 380 – Campañas piadosas, 380 – A Consejo de Ministros, 381 – La caridad se suplica, 381 – Se acuerda el indulto, 382 – Asumo la responsabilidad, 382 – Críticas injustas, 382 – Los ministros de la CEDA dimiten, 382 – Crisis total, 383.

CAPÍTULO 33. QUIÉN FUE EL DIABLO, 385

Don Niceto contento, 385 – Sus trabajos de zapa en la CEDA, 385 – La re­forma constitucional y otras reformas, 386 – Formación de nuestro Gobierno, 386 – Técnicos y especialistas, 387 – Nuestra posición en Ma­rruecos, 387 – Algunos antecedentes, 387 – Mi actitud siempre ante el problema, 388 – Ocupación de Ifni, 388 – El hecho pasa desapercibido, 389 – Don Niceto no me dijo oste ni moste, 389 – Indalecio Prieto a salto de mata, 390 – Tiene mucha suerte Indalecio Prieto, 390 – Y buenos protectores, 390 – Y malos amigos, 391 – Y un día amanece más allá de la frontera, 391 – Sorpresas de la co­rrespondencia, 392 – Primera noticia del Straperlo, 392 – Denuncia de Strauss, 392 – Chantaje económico, 392 – Documento bomba… vacía, 394 – Pero el diablo las carga, 394.

CAPÍTULO 34. SU EXCELENCIA CONTRA LA CEDA, 395

Interpretaciones, 395 – Su Excelencia contra la CEDA, 395 – Desmenuzando una crisis, 396 – Me encargo de formar Gobierno, 396 – Participa­ción de la CEDA, 397 – Gil Robles, Portela y Chapaprieta, 398 – Razón de estas colaboraciones, 398 – Brochazos y pinceladas, 399 – En Salamanca: homenaje a Gil Robles, 399 – Mi participación personal, 399 – Relaciones de don Niceto y Gil Robles, 400 – Banquetes y discursos, 401 – Portela serpenteando, 402 – Las minas del Riff, 402 – Buenas y malas acciones, 403 – Los escrúpulos de don Niceto, pero firma, 403 – Miscelánea: un hijo de don Niceto; otra vez Strauss; un té en La Granja, 405 – Cómo se prepara una Pequeña Tragedia, 409.

CAPÍTULO 35. PROCESO DE INSIDIAS CONTRA EL PARTIDO RADICAL, 411

Noticias preliminares, 411 – Proceso de insidias contra el Partido Ra­dical, 412 – El Gobierno de Guinea, 413 – Ambiciones claras y maniobras oscuras, 414 – Cómo las frustré, 414 – Los hermanos Sánchez Guerra, 415 – Se prepara la venganza, 416 – Se conspira en los Países Bajos, 416 – Alrede­dor del Straperlo, 416 – Antecedentes del asunto, 416 – Tentativas de chantaje, 417 – Cómo va a convertirse en instrumento político, 418 – Llega la denuncia a la Presidencia de la República, 418 – Consideraciones sobre la vida privada de los hombres públicos, 419 – Reflexiones so­bre la mía, 420 – Algunas intimidades que hacen al caso, 420 – Su Exce­len­cia me habla por primera vez del Straperlo, 421 – Respuesta desen­fa­dada, 422 – Lo que contenía la denuncia, 423 – Meditaciones sobre el caso, 424 – Lo que yo hubiera hecho en el puesto de Su Excelencia, 424 – O en el lugar de don Niceto, 426 – El Presidente de la República vuelve a la carga, 427 – Mi contestación altiva, 428 – Las espadas en alto, 428.

CAPÍTULO 36. NUEVA CRISIS DE GOBIERNO, 429

Algunas explicaciones, 429 – Distancias que yo no franqueo, 429 – Una crisis más, 430 – Sus causas ocasionales, 430 – Traspaso de servicios a Ca­taluña, 431 – Empachos de legalidad, 432 – Solución provisional, 433 – Don Niceto y Royo Villanova, 433 – Dos dimisiones, 434 – Planteo la crisis, 434 – Tramitación, 435 – Solución, 435 – Chapaprieta Presidente y yo Ministro de Estado, 437 – Nuevo Director de Seguridad, 437 – Cómo y por qué no tomó posesión Báguenas, 438 – El bloque parlamentario me ofrece un banquete, 439 – Dudo, consulto y acepto, 439 – Se celebra, 440 – Discursos, 441 – Un saludo a Su Excelencia, que se encona, 441 – Gratitud de don Niceto, 442 – Enigma, 442.

CAPÍTULO 37. PORTELA, LEVÁNTATE Y ANDA, 443

Consecuencias del banquete, 443 – Famoso Consejo de Ministros en Palacio, 443 – Don Niceto se suelta el pelo, 444 – Injurias bien vertidas a granel, 445 – Defunción ministerial de Chapaprieta, 446 – Portela, leván­tate y anda, 446 – Partidos condenados a muerte, 447 – Anuncio de otros nuevos, 447 – Don Niceto beligerante, 447 – Con el Straperlo en la mano, 447 – Maniobras delincuentes, 448 – Un breve resumen, 449 – Prisas de Su Ex­celencia, 450 – Mi posición, 450 – Consejo en el Congreso, 452 – Nota sensa­cional, 453 – Tramitación parlamentaria, 453 – Estalla el escándalo, 453 – Ora­ción de don Niceto sobre el cadáver de su “enemigo”, 454 – Sesión histórica, 454 – Bolas blancas y negras, 455 – Calvo Sotelo y Romanones, 455.

CAPÍTULO 38. NUEVAS INTRIGAS, 457

Penumbra y atonía, 457 – La nueva intriga, 457 – Quién era Tayá, 458 – Sus ne­gocios en Guinea, 458 – Su reclamación al Estado, 459 – Lo que se decía y lo que se sabía, 459 – Marial me recomienda el asunto, 460 – Se presenta Tayá, 460 – Marruecos y Colonias, 461 – Se anudan cabos sueltos, 461 – Luz en las tinieblas, 462 – Lo que había en el asunto, 463 – Pleito y solución, 463 – Lo llevo a Consejo de Ministros, 464 – Se nombra una ponencia, 464 – Su dictamen favorable, 464 – Se aprueba en otro Consejo, 465 – Versión equivocada, 466 – Entra en funciones la intriga, 466 – Interviene don Ni­ceto contra Tayá, 466 – Y se acuerda estudiar nuevamente el asunto, 467 – Ponencia de Gil Robles, 467 – Dictamen, 467 – Un poco de análisis y una composición de lugar, 468 – Se presenta al Congreso la denuncia “Nombela”, 468 – El buzón de las infamias, 469 – Comisión parlamentaria, 470 – Debate, 471 – Inversión de papeles, 471 – Lucía y su error, 472 – Mi actitud y sus motivos, 473 – Solución: iniquidad e injusticia, 474.

CAPÍTULO 39. DIOS HA PELEADO POR MÍ, 475

…capítulo del cual casi puede prescindir el lector, pero no yo, 475 – Dios ha peleado por mí, 476 – Mi posición en aquel momento, 476 – La de los dos Presidentes, 476 – Los delincuentes, absueltos, 476 – Breve resu­men de motivos, 477 – Degradación del ambiente y de las costumbres, 479 – La canallocracia, 479 – Mi gran pecado, 479 – Revista de presente de mis enemigos, 480 – Actitud de don Niceto en su presencia, 481 – El pobre Pepe…, 482 – El pobre Miguel, 482 – El desdén olímpico de Su Excelencia, 482 – Cómo, cuándo y contra quién lo pierde, 483 – Paradojas de don Ni­ceto, 484 – Gobierno de hombres indignos, 485 – ¡Solo!, 486 – Ante su tumba…, 487.

CAPÍTULO 40. DON NICETO, CULPABLE, 489

En el que se pretende demostrar la culpa de don Niceto en las causas inmediatas del desastre nacional, 489 – Consejos borrascosos, 489 – Crisis de Chapaprieta, 490 – Conflicto espiritual de don Niceto, 490 – Su análisis, 490 – El político y el estadista, 492 – El predominio de las pasio­nes, 493 – Proceso de la crisis, 494 – Síntomas inequívocos del estado del país que aconsejaban un aplazamiento de la disolución de Cortes, 494 – Soluciones que pudo tener la crisis, 495 – Prevalece la única absurda, 496 – Las izquierdas, las derechas y el centro, 496 – Disolución de Cortes, 498 – Surge el Frente Popular, 498 – Cómo se fue a las elecciones, 499 – La víctima propiciatoria, 499 – Sorpresas del escrutinio, 500 – Triste aban­dono de don Niceto, 501 – Fuga precipitada de Portela, 502 – Dos con­ductas frente a frente, 502.

Libro V. La catástrofe

CAPÍTULO 41. COINCIDENCIAS SOSPECHOSAS, 507

Sobre la crisis de Portela, 507 – Hipótesis, 508 – Coincidencias sospecho­sas, 508 – Complicidad evidente, 508 – Lenin y el mascarón de proa, 508 – Los nombres de la fatalidad, 509 – Profecías sobre el próximo resultado electoral, 509 – Aciertos y errores, 509 – Romanones, 509 – Calvo Sotelo, 510 – Gil Robles, 511 – Santiago Alba, 511 – José Antonio Primo de Rivera, 511 – Don Niceto, ciego, 512 – Información profética sensacional, 513 – Argumento final, 515.

CAPÍTULO 42. RODANDO HACIA EL ABISMO, 519

Causas catastróficas, 519 – El Frente Popular, 519 – Cómo se formó, 519 – Sus componentes, 520 – Papá es un farsantón, 520 – Estadísticas vergonzosas, 521 – La campaña electoral, 522 – Las viejas malas artes, 523 – Culpas de todos, 524 – La farsa de una legalidad, 524 – Responsabilidades de Ginebra, 525 – La crisis de Portela, 526 – Ahí queda eso, 527 – Solución catastrófica, 528 – Im­procedencia de esta solución, 528 – Don Niceto y Azaña, 529 – Sus anta­gonismos, 529 – Odio y desprecio, 530 – Y, sin embargo, le confía el po­der, 530 – Rodando hacia el abismo, 531.

CAPÍTULO 43. SE INFRINGE LA CONSTITUCIÓN, 533

En el que se prosigue, desarrolla, termina y resume la tesis ante­rior, 533 – La quinta catástrofe, 533 – Preliminares, 534 – La intriga, 534 – El Ar­tícu­lo 81 de la Constitución que parece claro y… huele a queso, 535 – Análisis del Artículo, 535 – En relación con el 125, 537 – Cortes Cons­titu­yentes y Cortes ordinarias, 537 – Lo que fueron y nada más, las de 1931, 537 – Mi tesis, 537 – Cuando Homero se dormía…, 538 – Plebe, demago­gia y democracia, 539 – Las Cortes libres y todo lo demás esclavo, 539 – Lo que crearon, 539 – El Congreso de 1936, 540 – La proposición socia­lista, 541 – Enorme contradicción, 542 – Se sustituye al Presidente, 542 – Se in­fringe la Constitución, 543 – Consecuencias catastróficas, 544.

CAPÍTULO 44. LA PRIMAVERA TRÁGICA, 545

Breve sinopsis de la catástrofe, 545 – Estadística trágica, 547 – Cuadro de las Cortes, 548 – El Presidente del Congreso: su discurso, 548 – Comenta­rios, 549 – Réplica de Calvo Sotelo, 553 – Interrupciones salvajes, 553 – Am­biente moral de la Cámara, 555 – La iglesia de San Luis, 556 – Entierro de un bombero, 556 – La cabeza de Lerroux, 556 – Temores de mis amigos, 556 – Por qué resistí, 557 – Atentado contra Jiménez Asúa, 558 – Sondeos y ex­ploraciones, 559 – Preparo mi viaje, 561 – Asesinato de Calvo Sotelo, 562 – Sensación, 563.

CAPÍTULO 45. EL ALZAMIENTO NACIONAL, 565

Características del acontecimiento, 565 – Breve descripción, 566 – Su dife­rencia de otros crímenes de Estado, 567 – Pasividad del Gobierno, 567 – Los asesinos impunes, 568 – Mi posición ante el movimiento militar, 568 – Paso a paso y hora por hora, 569 – Avisos postreros, 569 – A San Rafael, 570 – A Portugal, 571 – Las primeras noticias, 572 – Cavalcanti al teléfono, 573 – Mi adhesión al Alzamiento Nacional, 573.

CAPÍTULO 46. DESAPARICIÓN DE LA LEGALIDAD, 575

Se pregunta cómo hubieran reaccionado Inglaterra y Francia frente a un hecho como el asesinato de Calvo Sotelo, 575 – Cómo desapareció de España, de hecho y de derecho, la legalidad, 576 – Demostración de que ni el general Franco ni el Ejército se salie­ron de la ley, 578 – El pueblo y el Ejército se identificaron con el Alzamiento Nacional, 579 – Las Democracias y las Dictaduras, 580 – Vuelta al pasado, 580 – Relación entre la guerra europea y la presente, 581 – Si hubiéramos participado en aquélla, 583 – Comparación de perjuicios y ventajas, 584 – Tres consecuencias, 588.

EPÍLOGO, 591

Índice onomástico, 605


 

Prólogo de: Juan Manuel Martínez Valdueza

Alejandro Lerroux García es el paradigma del fracaso de la Segunda República española. Y junto a Manuel Azaña, Indalecio Prieto y Niceto Alcalá Zamora compone el conjunto de hombres que, a través del conocimiento de sus trayectorias personales y políticas, nos lleva a comprender ese periodo de nuestra historia tan corto y tan complejo: el de régimen republicano. Y que tuvo consecuencias tan graves para varias generaciones de españoles, incluida la de los que hoy se asoman a la dirección de la cosa pública.

La imagen que hoy tenemos de estos cuatro hombres responde fielmente al cambio operado en la sociedad española en las últimas décadas, y que le ha asignado a cada uno de ellos un papel para la Historia. Así tenemos asumido al intelectual Azaña, al estadista Prieto, al necio Alcalá Zamora y al corrupto Lerroux. Admiración, respeto, ignorancia y desprecio repartidos a y por ese orden. El lector puede hacer la prueba buceando en la web procelosa, aun descartando las floraciones antisistema y navegando sólo por las aguas más cultas y cultivadas, siempre más sencillo que viajar por las bibliotecas que, a pesar de todo, conservan de forma indeleble en letras de molde el paso de los tiempos.

Y sin embargo…

Cuando afirmo que Alejandro Lerroux es el paradigma del fracaso republicano, lo hago porque es en él, y únicamente en él, donde confluyen los ideales y conductas republicanas desde mucho antes de la proclamación del ansiado régimen y durante su atropellado recorrido. Es el único dirigente genuinamente republicano que se sienta en el Gobierno Provisional en 1931. Los demás, revolucionarios por un lado y allegadizos por otro, que irán utilizando al nuevo sistema para sus intereses ideológicos, partidistas, de clase y personales. Y es Alejandro Lerroux el único de esos dirigentes republicanos que se mantiene fiel al ideal de una república para todos los españoles que excluye, precisamente, los intereses citados. Enemigo pues, desde el principio, de sus compañeros de viaje republicano, será, también desde el principio, claro objetivo de éstos. Es posible que en otras condiciones sociales y políticas, por ejemplo dentro de un régimen consolidado y con una sociedad adaptada y convencida de las transformaciones que necesariamente habrá de afrontar, esto no hubiera pasado de legítima lucha política entre adversarios con alternativos vencedores y vencidos cediéndose el poder con una respetuosa inclinación. Pero no es el caso. Arrinconado el líder y su partido, destruidos ambos, la masa media queda flotando y concluye asiéndose a la desesperada a formaciones no republicanas que terminarán dando la réplica al desajuste creado. Y con la réplica el desastre.

Alejandro Lerroux escribe La pequeña Historia de España desde el exilio, en 1937, en plena guerra civil, en caliente, con sus más fieles amigos republicanos –ministros de sus gobiernos, diputados, correligionarios– recién asesinados alevosamente por su amada República, sin haber participado ni tener nada que ver en la sublevación contra el régimen –otros escondidos–, despojado de sus bienes, de sus papeles, hablando casi de memoria, desconcertado…

Tiene 73 años y piensa que ha visto y vivido de todo. Pero en sus cuartillas deja claro que no. Y cuenta, a veces a borbotones, otras de puntillas, buscando un porqué para todo este desastre; y lo encuentra, convencido, y nos da sus pautas, sus razones, en un cúmulo de pequeñas cosas, de pequeñas comedias, de pequeños dramas, de pequeñas tragedias que desembocan en la gran catástrofe. Y casi, casi un único responsable: Niceto Alcalá Zamora y su personal manera de dirigir la política nacional en esos años, ignorando a sus afines, entregándose a sus contrarios, a aquéllos que más tarde también se desharían de él…

El resultado es una crónica acelerada de seis años de angustias, de traiciones, de desencantos y de responsabilidades, donde faltan nombres por miedo en aquel presente, donde abundan situaciones imposibles para un político a la vieja usanza, de toda la vida, de los de antes, en un presente barriobajero y atroz, de puñalada trapera…

Pero más aún que la torpeza y falta de miras de Alcalá Zamora, de mayor trascendencia política sin duda, le atormenta la traición de su amigo Diego. De Martínez Barrio. Alcanza en estas páginas el político sevillano el nivel de gran felón, vendido a intereses espúreos bajo pretexto de desacuerdo político, facilitando así el golpe de muerte al Partido Radical. La traición del amigo. Más dolorosa que cualquier derrota, por imprevisible e injusta; por íntima. Es de antología la visita que realizan Martínez Barrio, Marcelino Domingo y Azaña a Lerroux en su alcoba: En mi modesto cuarto de dormir se podía recibir a la gente; no sé cómo me lo habrán dejado sus ocupantes fraudulentos, los milicianos rojos. Una cama sencilla. Dos mesas de noche, con los teléfonos y los libros. Un block y un lápiz para notas. Un radiador y sobre su repisa un busto y unos retratos. Una butaca de reposar y otras dos auxiliares. En la más próxima se sentó Azaña; en la más lejana Marcelino Domingo. De pie, a los de la cama, Martínez Barrio. Allí se le traslada la jugada de Alcalá Zamora, perfectamente estudiada: el encargo de formar gobierno a su segundo, Martínez Barrio. Quieren su venia. Es el comienzo de la felonía que pocos meses después desemboca en la disidencia de Martínez Barrio y el principio del fin de los radicales.

Hace pocos meses José Carlos García Rodríguez ha abordado, por fin, de manera clara y profunda otro de los asuntos que supuso para Alejandro Lerroux el descrédito personal y para su partido el final y su salida del protagonismo de la vida política: el asunto del estraperlo. Punto final a la mascarada tan bien urdida y tan eficaz que sirve incluso hoy para desacreditar al Partido Radical y a sus hombres.

Tan eficaz es la propaganda que no quiero dejar de resaltar el hecho de que el famoso término bienio negro asociado hoy al periodo de los gobiernos de Lerroux y asimilados, aparece en estas páginas, escritas en 1937, varias veces, ¡pero referido al que hoy llaman bienio progresista! que es como se conocía entonces al periodo de gobierno de Azaña, por las represiones a los obreros efectuadas en Sevilla y Casas Viejas.

Pero quizá el tema más controvertido sea el de la adhesión de Alejandro Lerroux al movimiento contra el gobierno del Frente Popular que se inicia en julio de 1936. En estas páginas queda clara su posición, que no es otra que su pleno acuerdo con el mismo, en perfecta cohesión con su pensamiento, expresado numerosas veces, de apoyar cualquier acción que sirviera para recuperar los valores de libertad y respeto que preconizaban sus ideales republicanos, caso de estar secuestrados y anulados, así como si también lo estuviese la República misma. Lerroux razona con amplitud sobre estos extremos y llega a su propia conclusión, y después la hace pública sin abdicar en ningún caso de su republicanismo, que lo acompañará hasta la muerte. No fue el único caso entre los republicanos. En su mayor parte, los republicanos que no estuvieron dentro del Frente Popular y salvaron sus vidas, es decir, los otros republicanos que no forman hoy parte del imaginario generalmente aceptado, que no existen, vaya, estuvieron de acuerdo con la sublevación militar sin haber intervenido en ella e, ignorados por los dos bandos, se fundieron en la sociedad que, a pesar de todo, seguía su camino desde dentro de nuestras fronteras.

Por último, hacer constar que, con independencia de los errores que imputa Lerroux a Niceto Alcalá Zamora, sin los cuales según su análisis se podía haber evitado la tragedia de la República, la verdadera causa de la tragedia, su bestia negra, era el socialismo y los socialistas. Incluso aquéllos que, desde posiciones más moderadas como Besteiro, no se opusieron a la implantación por cualquier medio de la República de clase, de la República exclusiva de los proletarios, preconizada por el resto de sus correligionarios y que dejaba fuera a gran parte del pueblo español. Lerroux lucha, aunque no con todas sus fuerzas, contra esa avalancha socialista. Y hago la reserva de sus fuerzas porque no fue sino hasta después de la sublevación socialista de 1934, en que creyó a su antiguo pepito grillo y ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso, sacrificado en su cargo por él mismo, y cuyos avisos los consideraba excedidos en pesimismo. En las páginas de su Pequeña Historia, Lerroux recordará amargamente no haberle creído en su momento, al tiempo que le llorará al haber sido ya sacrificado, esta vez de verdad en la cárcel Modelo de Madrid, por el gobierno de Largo Caballero y con el visto bueno, entre los demás ministros socialistas, de Indalecio Prieto.

Anticlerical en su juventud, Lerroux como tantos otros, Azaña incluido, mira al final de su vida hacia el otro lado con la esperanza de no saltar al vacío, o quizá para encontrar las respuestas que no se dan nunca en éste, quién lo sabe. Pero para los que todavía seguimos aquí, con la segura ventaja que da el poder conocer sesenta años después de su muerte lo que ha pasado tras ella, no deja de ser paradójico –lección de historia tantas veces aludida por don Alejandro–, que su bestia negra ya no lo es para nadie; que rige los destinos de España en paz y concordia apoyada por al menos la mitad de ese pueblo español entonces excluido de sus objetivos; que sus antiguos criminales y delincuentes son próceres reconocidos y homenajeados en calles y monumentos, al tiempo que de sus mártires no se conoce ni el nombre. Sencillamente no existen.

Aunque tal vez la paradoja no sea tal. Si entramos un poco más en el fondo de esta cuestión y recurrimos de nuevo a las lecciones de la Historia, lo más probable es que sí le encontremos sentido a toda esta vorágine. ¡Todo es tan relativo!

La pequeña Historia de España (1931-1936)

Autor Alejandro Lerroux García
Portada Ver portada
Editorial AKRÓN
Año 2009
Idioma Español
Encuadernación Tapa dura; 15 cm. x 23 cm.
Nº de páginas 614
ISBN 978-84-936984-6-1

Alejandro Lerroux García

Alejandro Lerroux García

Biografía de Alejandro Lerroux escrita por Roberto Villa García, Profesor Titular de Universidad en el Área de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad Rey Juan Carlos, y publicada en el DICCIONARIO BIOGRÁFICO de la Real Academia de la Historia:

Lerroux y García, Alejandro. La Rambla (Córdoba), 4.III.1864 – Madrid, 27.VI.1949. Político y publicista republicano.

Nació en el seno de una familia modesta. El padre, Alejandro Lerroux y Rodríguez, era un militar del Cuerpo de Veterinaria, que había trabajado en su juventud de aprendiz de herrador y que con ahorros propios accedió a la Escuela de Equitación. Cuando Lerroux vino al mundo, su padre era ya capitán y estudiaba Medicina para promocionarse. Con el tiempo y no pocos sacrificios, don Alejandro estabilizaría una plaza de profesor de Veterinaria militar en Alcalá de Henares y alcanzaría el grado de teniente coronel. La madre, Paula García y González, era hija de un médico militar retirado de Benavente (Zamora). Conoció a su marido en esa misma ciudad, uno de los tantos destinos de don Alejandro. Lerroux fue el quinto de diez hijos. La prematura muerte de tres de los hermanos mayores y la temprana ausencia del primogénito, Arturo, un turbulento adolescente, hizo que Alejandro compartiera pronto las responsabilidades familiares. A esto se unió el desarraigo típico de los hijos de los militares: su lugar de nacimiento fue casual y hasta su emancipación, Lerroux vivió una docena de traslados. Alguna estabilidad encontró al lado de un tío cura, hermano de su madre, con el que permaneció dos años, pues doña Paula deseaba que su hijo entrara en el seminario. Frustrado este empeño, el padre intentó orientarle hacia el Derecho, sin resultado.

La vocación de Lerroux era la milicia, a imitación de su progenitor y su hermano Arturo. En 1882 completó el servicio militar, ascendió a cabo y se examinó para entrar como cadete en la Academia General de Toledo. Pasó las pruebas, pero con una calificación insuficiente para obtener plaza. Cuando al fin ampliaron el cupo, no llegó el dinero prometido por su hermano mayor para pagar el equipo y la pensión de la Academia. Desilusionado, desertó del Ejército. Aunque tuvo que ocultarse un tiempo, la amnistía por el nacimiento de Alfonso XIII le permitiría reintegrarse en 1886 a la vida civil. Pero las penalidades económicas no le abandonaron: alternó empleos breves, con momentos de apuro económico y desorientación.

En esos años, por influencia de su hermano, comenzó a frecuentar el casino del Partido Republicano Progresista. Dirigido por Manuel Ruiz Zorrilla, ex presidente del Consejo de Ministros con Amadeo de Saboya, este partido aspiraba a derribar la Monarquía constitucional reeditando una sublevación militar al estilo de la de 1868. Su red de apoyos en el Ejército lo convirtió en la principal amenaza contra la Restauración entre 1875 y 1886. El rotundo fracaso, ese último año, del pronunciamiento del brigadier Villacampa debilitó al partido, desgarrado además por las escisiones de quienes pretendían actuar en la legalidad. Fue en ese momento cuando Lerroux se integró en él. Su habilidad literaria y la recomendación de su hermano le abrieron camino hacia la redacción del diario El País, órgano del partido, en 1888. Ingresó también en la masonería, pero ésta le decepcionó enseguida. Aunque mantuvo vínculos con varias logias hasta 1934, Lerroux no pasó de “masón durmiente”, condición que le permitía, en todo caso, preservar su imagen en un momento en que republicanismo y masonería eran uña y carne.

Como publicista encontró su verdadera vocación. En 1890 era periodista de plantilla y encargado de la información política nacional. Tres años después, su dinamismo, buena pluma y, también, su destreza en los duelos, donde finiquitaban no pocas polémicas periodísticas de entonces, convencieron al dueño de El País, Antonio Catena, para nombrarle director. Lerroux orientó un diario acostumbrado al proselitismo faccional y a la relación de actos de partido, al periodismo de escándalos. Inmoralidades administrativas y situaciones de explotación laboral ocuparon cada vez más espacio en las galeradas. Eran un medio de deslegitimar la Monarquía constitucional y de abrir el periódico a todo movimiento de izquierda contrario al liberalismo, especialmente al obrerismo socialista y anarquista. Jóvenes literatos anarquizantes como Azorín, Maeztu o Valle-Inclán, colaboraron asiduamente en El País. El amarillismo informativo convirtió esta cabecera política en la tercera más leída de España. La campaña que a Lerroux le abrió las puertas de la política nacional comenzó con la denuncia de supuestas torturas y maltratos en la cárcel de Montjuich a los anarquistas procesados por los atentados de Barcelona en 1895 y 1896. Cuando aquélla se amplió a la petición de una amnistía, varios sindicatos de la ciudad condal decidieron presentar a Lerroux como candidato a las elecciones generales de 1899, pero no obtuvo el escaño. Para entonces, ya había consolidado su economía doméstica y pudo casarse con Teresa García y López de Selalinde, de familia modestísima. Sin descendencia, Lerroux adoptó a la muerte de su hermano Aurelio a uno de sus hijos, que conservó el nombre paterno.

Una nueva escisión dentro del partido, a la que se sumó Catena, le hizo perder la dirección de El País. Lerroux quedó encargado del nuevo órgano, El Progreso, y en 1901 los republicanos de Barcelona y los sindicalistas afines volvieron a presentarlo como candidato a diputado. Esta vez obtuvo el escaño y hasta superó en votos a viejas glorias como Francisco Pi y Margall y Nicolás Salmerón. Su éxito electoral le condujo a afincarse en la ciudad condal. Pronto se convirtió en la gran esperanza de futuro de un movimiento en horas bajas. Director de La Publicidad, el órgano más importante del republicanismo barcelonés, Lerroux se dedicó a renovar la organización y sus banderas doctrinales. Convirtió la máquina electoral que le sirvió para entrar en las Cortes en una estructura estable. Con ella, y hasta 1907, se impuso en todas las elecciones en Barcelona. A ello contribuyó el dominio del consistorio, que le permitió obtener los recursos con los que solidificar y ampliar el partido. Lerroux impulsó la apertura de nuevas Fraternidades Republicanas y de una enorme Casa del Pueblo, sociedades que pretendían reunir a republicanos y sindicalistas de izquierda. Esta red societaria suministraba a sus afiliados servicios escolares, de ocio, empleo y hasta cooperativas de consumo, que servían para fijar el voto. En el Congreso de los Diputados, Lerroux trató de representar los intereses de las sociedades obreras: se centró especialmente en la mejora de las condiciones laborales en fábricas y minas. Era otra faceta de la batalla que mantenía por republicanizar el movimiento obrero y orientarlo por vías políticas y electorales, una labor que le conllevó la animadversión de los socialistas y los anarquistas. Los segundos impugnaban la politización del sindicalismo, que adormecía sus ínfulas revolucionarias. Los primeros rechazaban la interposición de un “partido burgués” en un movimiento que, en su opinión, debía ser estrictamente “de clase”, esto es, monopolizado políticamente por el PSOE, que era la organización política que representaba los intereses de la UGT.

La renovación del republicanismo en términos obreristas la hizo Lerroux a la vez que articulaba un discurso españolista dirigido a contrarrestar la pujanza de la Lliga, el primer partido nacionalista catalán. La construcción de un potente partido y el encadenamiento de victorias electorales redefinieron la estrategia primigenia del joven dirigente progresista. Lerroux comenzó a retrasar ad calendas graecas los planes para derribar mediante un movimiento revolucionario a la Monarquía constitucional. Escarmentado por los constantes fracasos de esa estrategia, y decidido a no arriesgar lo conseguido, se convenció de que nada podría hacerse hasta que los militares, pieza básica de esa revolución de tintes “zorrillistas”, no se sumaran significativamente.

El partido republicano barcelonés era, además, la joya de la corona de la nueva Unión Republicana de 1903, el enésimo intento por reunificar en un partido a las fracciones republicanas. Lerroux tuvo parte muy activa en su constitución, hasta el punto de convertirse en el lugarteniente y casi en el sucesor natural del viejo Nicolás Salmerón, jefe de la UR. El entendimiento se rompió tras la inopinada alianza de Salmerón con la Lliga en la Solidaridad Catalana de 1907. El primero pretendía encauzar las aspiraciones catalanistas hacia el cambio de régimen. Pero la Lliga era el adversario más caracterizado de un Lerroux que, antes de aliarse con los nacionalistas, prefirió marcharse de la UR. Con la organización de Barcelona y los núcleos antisolidarios del resto de España que le siguieron fundó, en 1908, el Partido Republicano Radical, la formación que lideraría hasta su muerte. Pero en las elecciones de 1907, la Solidaridad había ganado las elecciones en Barcelona y Lerroux se quedó sin acta. Perdida la inmunidad parlamentaria, se le reactivaron varios procesos abiertos por delitos de imprenta. Condenado a dos años y cuatro meses de prisión, la eludió marchándose a Francia y, desde allí, a Argentina. En el extranjero residiría hasta octubre de 1909, ajeno a la participación de sus radicales, junto los republicanos catalanistas, los socialistas y los anarcosindicalistas, en la insurrección de ese año, conocida como la “Semana Trágica”. Dedicado a la recaudación de fondos para su partido y a los negocios eléctricos y de atracciones de feria, Lerroux amasó alguna fortuna, que le permitió instalarse definitivamente en Madrid. En las elecciones de 1910 asoció a su partido a la Conjunción Republicano-Socialista. Pero la nueva reunión de los republicanos duró poco: en un debate parlamentario sobre las inmoralidades de los radicales en el ayuntamiento de Barcelona, Lerroux se vio abandonado por sus socios de coalición, y rompió con ellos.

La asidua colaboración de Lerroux con los gobiernos de Canalejas, Romanones y Dato marcó el comienzo de un proceso de avenencia con la Monarquía constitucional. Las ambivalencias revolucionarias se mantuvieron en coyunturas específicas como los meses posteriores a la insurrección que acabó con la Monarquía en Portugal (1910) o el plante militar de las llamadas Juntas de Defensa (1917), que el jefe radical apreció como la oportunidad tan esperada de desligar a los militares del régimen constitucional. Pero el fracaso de la huelga revolucionaria de agosto de 1917, la instauración del bolchevismo en Rusia, y el hundimiento de los radicales en las elecciones de 1918, en las que Lerroux perdió el escaño, consolidaron su abandono del republicanismo de izquierdas. Adoptó posiciones inequívocamente liberales y ensayó un posibilismo que le permitiera, andando el tiempo, gobernar con la Monarquía. Sus relaciones con Alfonso XIII, con quien se encontró varias veces, eran cada vez más cordiales. Intensificó la colaboración con los partidos constitucionales y, especialmente, con las fracciones liberales, para anudar una alianza que le permitiera integrarse en el ala izquierda de la Monarquía. Ese giro moderado rindió buenos frutos electorales entre 1919 y 1923. Permitió a Lerroux liderar otro intento de reunificación del republicanismo en torno a la Democracia Republicana de 1920, que sirvió para reforzar las posiciones del Partido Radical. La interrupción del constitucionalismo tras el pronunciamiento de Primo de Rivera en septiembre de 1923 frustraría, empero, esta evolución.

Para Lerroux, era indudable que la Dictadura conllevaría, a plazo fijo, la proclamación de la República. Obsesionado con sortear cualquier bandazo revolucionario y con la necesidad de convencer a los militares de que el cambio de régimen tuviera carácter pacífico, suspendió sus actividades políticas y no se opuso de primeras a Primo de Rivera. En aquella época, las dictaduras no se entendían como regímenes políticos, sino como situaciones de excepción, paréntesis constitucionales con fecha de caducidad que servían para salvar coyunturas políticas críticas. Además, el general se había presentado como el “cirujano de hierro” costista, un discurso del gusto de un Lerroux imbuido del ideal regeneracionista. Pero todo cambió en el verano de 1924, cuando el jefe radical se cercioró de que Primo de Rivera aprovechaba la Dictadura para sustituir el régimen constitucional y adquirir ventaja política en el nuevo orden, especialmente al erigir desde el Poder un partido propio: la Unión Patriótica. Lerroux se enroló, así, en las conspiraciones constitucionalistas. En febrero de 1926 intentó unir al republicanismo en una nueva agrupación, la Alianza Republicana, en la que participaron varios ateneístas como Manuel Azaña. Pero cuando Lerroux trató de asociarla a un acuerdo con los partidos monárquico-constitucionales sufrió las clásicas escisiones: de la de 1929 nacería un Partido Radical-Socialista.

La caída de la Dictadura en 1930 y la formación de un gobierno de concentración conservador presidido por Dámaso Berenguer propiciaron que los monárquicos se apartaran de la conspiración. Un aislado Lerroux decidió sumar su Alianza a una renovada Conjunción Republicana, formalizada el mes de agosto en el pacto de San Sebastián. Formaban junto a él los radical-socialistas, el catalanismo republicano y la Derecha de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura, un nuevo partido formado por antiguos monárquicos. En octubre se incorporaron el PSOE y la UGT. La Conjunción nombró un Comité Revolucionario para preparar una insurrección que permitiera proclamar la República. El escepticismo de Lerroux respecto del método insurreccional impulsó a sus aliados a aislarle de esos trabajos. La postergación se evidenció más aún cuando el Comité Revolucionario se autoascendió a Gobierno Provisional de la República. Pese a que Lerroux era por entonces el patriarca del republicanismo histórico y el jefe del partido republicano más numeroso, fue apartado de la Presidencia o de las carteras más relevantes, como Gobernación o Guerra. Se le encomendó el Ministerio de Estado, las relaciones exteriores, para las que Lerroux carecía de preparación y que le sustraían de la política interna.

Inhibido de los trabajos conspirativos, Lerroux no participó en la sublevación de Jaca y Cuatro Vientos de diciembre de 1930, aunque sí lo hicieron militantes de su partido. En calidad de miembro del Comité Revolucionario hubo de ocultarse de la policía y no participó en las propagandas que dieron a la Conjunción Republicano-Socialista un exitoso resultado en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, bien que ceñido al grueso de las capitales de provincia. Este triunfo dio ambiente a una inesperada ruptura revolucionaria: el 13 y el 14 se produjo la ocupación sucesiva de varios ayuntamientos y diputaciones por los dirigentes provinciales de los partidos republicanos y el PSOE, secundados por manifestaciones multitudinarias. La fuerza pública se abstuvo de intervenir y el gobierno de concentración monárquica, presidido por el almirante Aznar, acordó no resistir, aconsejar a Alfonso XIII que se ausentara de España y entregar el Poder al Comité Revolucionario. Lerroux pudo salir del piso donde permanecía oculto la sobremesa del 14 de abril, requerido por sus compañeros del Gobierno Provisional para que proclamara con ellos la República en la Puerta del Sol. A sus 67 años pudo proclamar en España, al fin, la forma de gobierno a la que se había adscrito desde su juventud.

Muy penetrado del ideal armonicista, tan caro al principio republicano de la fraternidad, Lerroux consideraba la República como la oportunidad de eliminar las divisiones y la conflictividad social que creía que propiciaron el fin del constitucionalismo monárquico y la llegada de la Dictadura. Su instrumento sería un Estado interventor que salvaguardara la libertad, consolidara la igualdad civil y procurara cierta equiparación material, asegurando unos mínimos de subsistencia y acelerara la difusión de la cultura entre los españoles. El Estado debía ser también difusor de un nuevo patriotismo que fundiera España y la República, para el viejo Lerroux la encarnación del gobierno del pueblo, pero encauzado en una democracia representativa. Ello crearía un orden moral que haría innecesaria toda apelación revolucionaria. Con todo, el jefe radical era, desde hacía años, liberal antes que republicano. Su Estado interventor no debía cuestionar la propiedad privada o la libre empresa. Tampoco cabía construir la República rompiendo con la experiencia constitucional española. Por el contrario, valoraba los logros de la Monarquía constitucional de 1876 en términos de libertad y estabilidad, y concebía su pactismo originario como un referente válido para la República. Ésta no debía enmendar al liberalismo español, como pensaban Azaña y otros dirigentes de la izquierda republicana, sino ante todo recuperar las libertades civiles y el principio parlamentario abolidos por Primo de Rivera. Y esa recuperación era en beneficio no sólo de los republicanos, sino de todos los españoles. Precisamente porque la República encarnaba un ideal de patriotismo y fraternidad social, no debía ser exclusiva de nadie.

El discurso lerrouxista tuvo cierto refrendo en las elecciones a Cortes constituyentes de junio de 1931: la Alianza Republicana sobrepasó los 120 escaños y el propio Lerroux obtuvo cinco actas de diputado y fue el dirigente político más votado. Pero conllevó también que la izquierda republicana se alejara del Partido Radical. El núcleo que, dentro de la Alianza, seguía a Azaña se separó de Lerroux y conformó una mayoría parlamentaria con los radical-socialistas, los republicanos catalanistas y gallegos, y el PSOE. Ese bloque condicionó el desplazamiento de la nueva Constitución a la izquierda, especialmente en cuestiones como la expropiación sin indemnización, la supeditación de la Iglesia al Estado, las restricciones a las actividades y la misma pervivencia de las órdenes monásticas, la equiparación jurídica de varias reivindicaciones económicas a los derechos civiles, las autonomías políticas, el unicameralismo, la debilidad del poder ejecutivo o el desequilibrio general de los poderes a favor del Parlamento. El Partido Radical votó la Constitución para reafirmar que estaba dentro, y no fuera, del sistema. Pero Lerroux ya abogó desde diciembre de 1931 por la necesidad de revisarla y, hasta entonces, de flexibilizar su aplicación en las cuestiones más controvertidas, para evitar lanzar al grueso de los partidos conservadores a extramuros de la República. El problema religioso había roto la misma Conjunción, al dimitir el presidente del Gobierno Provisional, Alcalá-Zamora, y su ministro de la Gobernación, Maura.

Para entonces, el objetivo de Lerroux estribaba en construir una alternativa de centro-derecha que federara a los partidos republicanos moderados en torno al Partido Radical. Esta agrupación debía atraer también a los republicanos de izquierda más afines. De ese modo, se rompería la coalición que, desde octubre de 1931, mantenía a Azaña en el poder, y se podría constituir a otro gobierno presidido por Lerroux para disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. La política de atracción del centro-izquierda, aunque logró dividir al radical-socialismo, no salió bien. De hecho, la coalición republicano-socialista no se disolvió hasta septiembre de 1933 y perduraron hasta entonces tanto las Cortes constituyentes como el gobierno Azaña. Mejor fue la política de ampliación por la derecha. El Partido Radical se convirtió en el eje de la oposición republicana a partir de 1932. Sus 89 escaños no se correspondían adecuadamente con la fortaleza del partido fuera de las Cortes, que absorbió al grueso de las organizaciones liberales que formaban la izquierda de la Monarquía constitucional. Cuando en 1933 se convocaron dos elecciones de carácter nacional –unas locales parciales y otra de vocales para el Tribunal de Garantías Constitucionales–, quedó claro que los radicales eran el primer partido de España. Pero la primacía de Lerroux en el centro-derecha se vio igualmente amenazada con la reunión de los conservadores en la CEDA en marzo de 1933, al calor de la protesta contra las políticas del gobierno Azaña, que los católicos recusaban por su laicismo y su carácter socialista.

La Constitución había consagrado una República mixta, donde el jefe del Estado ponderaba los cambios en la opinión pública y en las mayorías parlamentarias y, conforme a ellos, nombraba y separaba libremente al presidente del Consejo de Ministros. Y como los dos episodios electorales mencionados mostraban un desvío inequívoco del electorado respecto de las Cortes y el ejecutivo de izquierdas, el presidente de la República, que lo era Alcalá-Zamora desde diciembre de 1931, retiró la confianza a Azaña para encargar a Lerroux, en septiembre de 1933 y por vez primera, la formación de un gobierno. Éste compuso una coalición entre radicales y republicanos de izquierda que duró menos de un mes, pues dimitió al observar que sus propios aliados se sumaban en las Cortes a una “moción de desconfianza” promovida por los socialistas. Acreditada la imposibilidad de un gobierno con mayoría en ese Parlamento, Alcalá-Zamora decidió disolverlo y que un ejecutivo de concentración republicana presidido por Diego Martínez Barrio, lugarteniente de Lerroux, convocara elecciones legislativas en noviembre de ese año. Éstas otorgaron la victoria a una coalición de monárquicos y conservadores posibilistas liderada por la CEDA. El Partido Radical subió al centenar de escaños, pero quedó en segundo lugar.

La mayoría parlamentaria de quiénes dos años antes habían concurrido como monárquicos en las elecciones municipales de 1931 pudo haberse interpretado como un plebiscito contra la República. El jefe radical lo impidió al desvincular de la coalición vencedora a los partidos liberales y católicos, con la finalidad de que el resultado sólo pudiera estimarse como un cambio de orientación dentro del régimen. Para ello, Lerroux se propuso demostrar que dentro de la República cabían políticas distintas, incluso una revisión constitucional que la afirmara como democracia liberal, abierta a todos los partidos que respetaran sus procedimientos. Logró su objetivo al desligar a la CEDA, al catalanismo conservador de la Lliga y a los liberales agrarios, que se unieron a los radicales y a los liberal-demócratas de Melquíades Álvarez en un nuevo bloque de centro-derecha. Éste gobernaría la República desde diciembre de 1933 hasta el mismo mes de 1935. Lerroux fue su figura más representativa, pues presidió el gobierno de diciembre de 1933 a abril de 1934, y de octubre de 1934 a septiembre de 1935. También ocupó las carteras de Guerra –noviembre de 1934 a abril de 1935– y de Estado –septiembre a octubre de 1935–.

Pero la atracción de la derecha posibilista fue recusada duramente por los socialistas y la izquierda republicana, que la consideraban una traición a las esencias del régimen contenidas en la Constitución de 1931, y que Lerroux pretendía abolir con su reforma. También encontró oposición dentro del Partido Radical. En marzo de 1934, su ala izquierda, liderada por Martínez Barrio, se marchó del partido con otros diecisiete diputados. Tampoco convencía del todo a Alcalá-Zamora. Aunque el presidente era un entusiasta de la reforma constitucional y nada oponía a la integración de la Lliga y los agrarios, desconfiaba de la CEDA y dudaba del compromiso con la República de su líder, José María Gil-Robles. Sin embargo, accedió a que en octubre de 1934 entraran tres ministros de ese partido en un nuevo gobierno de Lerroux. Ese fue el pretexto elegido por la izquierda republicana para romper toda relación con el nuevo gobierno, mientras la Alianza Obrera –formada por socialistas, comunistas y un sector del anarcosindicalismo– se levantaba en armas contra él. A la insurrección también se sumó la Esquerra Republicana, que entonces gobernaba la autonomía catalana. La acción armada tuvo derivaciones muy graves en regiones como Asturias y Cataluña, y en provincias como Madrid, Guipúzcoa, León, Palencia o Vizcaya. El abultado balance de víctimas lo convirtió en el episodio más violento en sesenta años.

El hecho de que Lerroux venciera la insurrección con eficacia, notable proporcionalidad en el uso de la fuerza, y manteniendo con firmeza la vigencia del régimen constitucional, catapultó al jefe del Partido Radical a su máximo de popularidad. Con ese aval, continuó adelante con su plan de liberalizar la República y ensanchar sus bases de apoyo. Con el asentimiento de Alcalá-Zamora, en julio de 1935 presentó a las Cortes un proyecto de reforma constitucional que mantenía la separación de la Iglesia y el Estado, pero abolía las restricciones legales para el libre desenvolvimiento de aquélla y establecía firmemente la libertad de cultos. Además, abolía las expropiaciones sin indemnización, establecía mecanismos para obstaculizar la instrumentalización partidista de las autonomías, recuperaba un remozado Senado, y equilibraba los poderes del Parlamento y el presidente de la República, al tiempo que delimitaba las funciones ente este último respecto del Consejo de Ministros. Este proyecto había venido precedido, desde diciembre de 1933, de nuevas disposiciones sobre jurados mixtos, contratación laboral, enseñanza religiosa, haberes del clero, reordenación sanitaria o ayuntamientos que corregían en sentido liberal las aprobadas en el bienio de izquierdas. La reforma debía, además, complementarse con una nueva ley provincial y otra electoral, que aminorara los efectos del sistema hipermayoritario vigente desde mayo de 1931. Aunque comparativamente la política internacional nunca fue una cuestión prioritaria para los gobiernos republicanos, Lerroux era un entusiasta de la Sociedad de Naciones, a cuyas reuniones asistió como ministro en 1931, y un francófilo convencido. Apasionado de la acción española en Marruecos, algo que le singularizó dentro del republicanismo, las buenas relaciones con Francia permitieron a su gobierno, en abril de 1934, incorporar a España el enclave de Ifni.

Pero la gestión de los radicales se vino abajo cuando, en septiembre y noviembre de 1935, se hicieron públicos sendos escándalos que afectaban a políticos de tercera fila del Partido Radical. El del “Estraperlo” le dañó especialmente porque su hijo Aurelio fue acusado de tráfico de influencias en grado de tentativa, por sus gestiones para que el gobierno autorizara el juego de ruleta que dio nombre al escándalo. El segundo, conocido como “Tayá-Nombela”, no fue un caso de corrupción. Fue una controversia parlamentaria suscitada por un intento frustrado de indemnizar al naviero Antonio Tayá en cumplimiento de una sentencia del Tribunal Supremo, pero sin el acuerdo formalizado del Consejo de Ministros. Alcalá-Zamora, que había filtrado ambas denuncias para forzar la salida de Lerroux del gobierno, se negó a traspasar el poder a Gil-Robles. Encargó un gobierno de gestión al liberal independiente Manuel Portela, disolvió las Cortes y convocó nuevas elecciones para febrero de 1936. El jefe del Estado quería que Portela patrocinara desde el poder un partido de centro que permitiera al presidente controlar la formación de gobierno en las futuras Cortes. Este proyecto fracasó antes de que se abrieran las urnas, pues la mayoría de los partidos moderados se agruparon en dos grandes coaliciones: una de izquierda, el Frente Popular, que se extendía desde el centro-izquierda republicano hasta los partidos comunista y sindicalista; y otra de derecha, el Bloque Antirrevolucionario, que agrupaba con menor cohesión todo el espectro político desde los republicanos radicales y liberal-demócratas hasta los tradicionalistas.

Los resultados electorales estuvieron sujetos a controversia. La noche de la jornada electoral, 16 de febrero, desordenadas concentraciones de partidarios del Frente Popular se apostaron junto a los centros oficiales, pretextando la celebración de la victoria en la mayoría de los distritos urbanos. A las pocas horas, esas manifestaciones proclamaron la victoria completa y exigieron la amnistía para los revolucionarios de 1934, la entrega de los ayuntamientos y, la tarde del 17, el traspaso del poder a un gobierno de izquierdas. El reguero de violencias entre la madrugada del 16 y la mañana del 19 propició la precipitada dimisión de Portela. Como ninguno de sus hombres de confianza aceptaba sustituirle, Alcalá-Zamora decidió recurrir a Azaña. Para entonces el resultado electoral era equilibrado, sin mayorías absolutas, con una leve ventaja en votos de las derechas y otra en escaños para las izquierdas. Durante el traspaso de poderes, las autoridades interinas del Frente Popular proclamaron la victoria de sus respectivas candidaturas en aquellas provincias donde los recuentos no habían finalizado. Con esos escaños, y tras doce días de recuento, las izquierdas se aseguraron la mayoría en la primera vuelta. 

Lerroux, al tanto de lo sucedido, aconsejó a Alcalá-Zamora no entregar el poder a Azaña hasta que se completara el recuento. Pero las elecciones le dejaron sin escaño y, excluido del Parlamento, lo fue también del primer plano político los meses previos a la Guerra Civil. Enterado, el 13 de julio, del secuestro y el asesinato del líder monárquico José Calvo Sotelo por policías y escoltas socialistas, el jefe radical decidió marcharse un tiempo a Portugal. Desde allí presenció la sublevación de una parte del Ejército contra el gobierno del Frente Popular. Convertida ya en guerra abierta, Lerroux expresó públicamente su apoyo al bando nacional, cuyo gobierno lideraba entonces Miguel Cabanellas, un general de su partido. Sin embargo, su desapego hacia la creciente influencia de Falange y el carlismo le suscitó, junto a su pasado de izquierdas, problemas con las nuevas autoridades. Finalizado el conflicto, éstas no le permitieron volver a España. Se le abrieron dos procesos, uno político y otro por pertenencia a la masonería, de los que salió absuelto. Pero sólo se le autorizó a regresar en 1947. Apartado de toda actividad política, Lerroux moriría en Madrid dos años más tarde, a la edad de ochenta y cinco años.

 

Obras de ~: Historia de Garibaldi, Barcelona, Toledano, López y cía, 1904; Mi Evangelio, Barcelona, Fraternidad Republicana, 1906; De la lucha, Barcelona, Granada y cía, 1909; Ferrer y su proceso en las Cortes, Barcelona, El Anuario, 1911; La verdad a mi país. España y la guerra, Madrid, Viuda de Pueyo, 1915; Las pequeñas tragedias de mi vida. Memorias frívolas, Madrid, Huelves y cía, 1930; Al Servicio de la República, Madrid, Javier Morata, 1930; Trayectoria política, Madrid, s.e., 1932; La pequeña historia, Buenos Aires, Cimera, 1937; Mis memorias, Madrid, Afrodisio Aguado, 1963.

 

Bibl.: C. Jalón, Memorias políticas, Madrid, Guadarrama, 1973; O. Ruiz Manjón, El Partido Republicano Radical (1908-1936), Madrid, Tebas, 1976; A. de Blas Guerrero, “El Partido Radical en la política española de la Segunda República”, Revista de Estudios Políticos, 31-32 (1983), págs. 137-164; A. Duarte, El republicanisme catalá a la fi del segle XIX, Vic, Eumo, 1987; J. Romero Maura, La Rosa de Fuego. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909, Madrid, Alianza, 1989; J. Álvarez Junco, El Emperador del Paralelo, Madrid, Alianza, 1990; L. Arranz Notario, “Modelos de Partido”, en S. Juliá (ed.), Política en la Segunda República, Madrid, Marcial Pons, 1995, págs. 81-110; J. M. Macarro, Socialismo, República y Revolución en Andalucía, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2000; M. Álvarez Tardío, Anticlericalismo y libertad de conciencia, Madrid, CEPC, 2002; N. Townson, La República que no pudo ser. La política de centro en España (1931-1936), Madrid, Taurus, 2002; S. G. Payne, El Colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), Madrid, La Esfera de los Libros, 2005; M. Álvarez Tardío y R. Villa García, El Precio de la Exclusión. La política en la Segunda República, Madrid, Encuentro, 2010; F. del Rey Reguillo, Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española, Madrid, Tecnos, 2011; R. Villa García, La República en las Urnas. El despertar de la democracia en España, Madrid, Marcial Pons, 2011; M. Álvarez Tardío y F. del Rey Reguillo, El Laberinto Republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936), Madrid, RBA, 2012; R. Villa García, “El ocaso del republicanismo histórico: lerrouxistas y blasquistas ante las elecciones de 1936”, en Anales de la Real Academia de Cultura Valenciana, 87 (2012), págs. 75-120; F. del Rey Reguillo, Paisanos en lucha: Exclusión política y violencia en la Segunda República española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013; M. Álvarez Tardío y R. Villa García, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Madrid, Espasa-Calpe, 2017; R. Villa García, Lerroux. La República Liberal, Madrid, Gota a Gota, 2019.

 

Roberto Villa García

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