Descripción
Nota de la editora
Nace en esta segunda entrega de “Tres voces, tres mundos” un proyecto con vocación de tradición, con dos objetivos: el primero dar continuidad a un género minoritario como la poesía y, el segundo, poner en primer plano la obra de autores fuera de cualquier contexto condicionador y de una calidad fuera también de cualquier duda.
Nuestra bienvenida por tanto a Luis Miguel Alonso Guadalupe, a José Luis Feito y a Marta Muñiz Rueda, que llegan a este proyecto de la mano de Juan Manuel Martínez Valdueza, de Fernando Álvarez Balbuena y de Juan María García Campal respectivamente, los tres protagonistas de “Tres voces, tres mundos” en su primera entrega del pasado año 2014.
Catalina Seco
Al fondo de la sala lo encontrarás… por Juan Manuel Martínez Valdueza
…cada año, desde el ya lejano 1998, observando en la gran pantalla las magníficas creaciones que ilusionados cineastas en dura competencia han conseguido situar entre las mejores y estar en la final del Certamen Nacional de Cine “Ciudad de Astorga”.
Fundador y director de uno de los más prestigiosos festivales de cortometrajes de cine, Luis Miguel Alonso Guadalupe es un artista multidisciplinar que ha compaginado el periodismo escrito y radiofónico con el cine, la poesía y la pintura. Brevísima reseña esta que nos acerca al poemario que aquí nos ofrece, “Variaciones en las imágenes del tiempo” como síntesis de su concepción artística. Las imágenes y sus momentos son la realidad vivida, o soñada, que el artista intentará salvar de lo efímero sosteniéndolas en planos y secuencias, en cuadros o en poemas como en esta obra.
Pero creo que detrás hay bastante más y es lo que realmente me acerca a la poética de Luis Miguel. Siempre he defendido que la poesía es ante todo la expresión de un estado de ánimo, de un momento mágico más allá de las escuelas, estilos, fines o modas con las que se vista, e incluso de lo que quiera contar o transmitir, no pasando de ser un mero ejercicio literario –de muy bueno a muy malo– si carece de esta cualidad. Póngase el lector este prisma y disfrute de las sensaciones que la buena poesía genera en los espíritus, por poco predispuestos que estén a hacerlo con un género que, si no tiene más seguidores, es porque generalmente la poesía y los poetas, en su abundancia casi epidémica, son muy malos. Aunque algunos en otras manifestaciones literarias sean muy buenos, que de todo hay.
Tenemos la suerte de que este no es el caso sino todo lo contrario, y será usted quien lo compruebe al adentrarse en estas “variaciones” sobre las que el autor reflexiona en sus poemas. Y si le convencen, no deje de acercarse a los trabajos poéticos que su ya largo recorrido nos ha ido dejando: El frío lo llena todo, 1995; Trazos del azar y la paciencia, 1999, Espacio blanco, la curva medida del tiempo, 2001 y Pasos sobre tierra, bajo la imagen de un crepúsculo, 2005.
Un abrazo desde aquí a este buen poeta y friolero –el más friolero que conozco–, cuya imagen serena y circunspecta se diluye en una explosión de color en sus pinturas y en un verbo fácil, provocador y entusiasmado. Decenas de exposiciones han mostrado su obra pictórica por España y más allá desde 1976 hasta nuestros días, en que coincide la presentación de este libro con la que por ahora es la última, en el ámbito de la Universidad de León, ciudad irredenta por tantas razones y que por primera vez acoge su pintura.
Por último me referiré al arte, al amor al arte –fíjense en la dedicatoria del autor que encabeza este poemario–, que es un todo y de todos en Luis Miguel, por lo que no puede ignorar los riesgos que acechan a las obras de arte, de tan variada índole. De ahí que el autor, en una particular llamada de atención, cierre su obra con el cuento “El sueño de Gaudí”.
Juan Manuel Martínez Valdueza
José Manuel Feito, sacerdote, historiador, literato, periodista y poeta, por Fernando Álvarez Balbuena
En estos tiempos en los que la especialización parece ser la razón última de las artes y de las ciencias, todavía surgen personas cuyos amplios horizontes intelectuales les hacen asumir muy variados menesteres y cultivarlos todos con éxito notable.
Una de estas personas excepcionales es José Manuel Feito, cuya inquietud cultural le lleva a dedicarse a numerosas actividades y a brillar con luz propia en todas ellas.
Nacido en Pola de Somiedo, hace ya nada menos que ochenta años, ingresó a edad muy temprana en el Seminario de Tapia de Casariego, continuando su carrera sacerdotal en los seminarios de Oviedo, Valdedios y Covadonga.
Hizo en los centros mencionados, los estudios clásicos de filosofía, humanidades y teología, ordenándose sacerdote en 1958, pero ya desde sus años escolares, sintió una profunda inclinación hacia un enorme abanico de actividades literarias. Así, por citar solamente algunas, señalaremos que cultivó y continúa haciéndolo, el periodismo, la investigación histórica y cultural, la enseñanza y todo cuanto tiene relación con las tradiciones asturianas.
Ha dedicado muchos de sus trabajos, algunos rayanos con la antropología, a divulgar el romancero y el cancionero de Somiedo, la artesanía tradicional (la cerámica, sobre todo), la vida y la lengua (el bron) de los caldereros de la parroquia de Miranda, en Avilés, así como las historias y las leyendas y tradiciones avilesinas y todo lo relativo a los personajes ilustres relacionados con Avilés.
Tiene especial importancia su investigación sobre el nacimiento de la prensa impresa y el primer impresor de Avilés, asunto que le interesó vivamente tras la lectura de la obra de Palacio Valdés “El Cuarto Poder”. También estudió los primeros catecismos publicados en Asturias y un sinfín de asuntos más que harían interminable este pequeño prólogo a su obra poética.
Y finalmente, pero no por ser menos importante, nos referimos a esta faceta de Feito, porque José Manuel es un poeta de raza, un alma sensible que traduce en preciosos endecasílabos rimados en sonetos. A veces también cultiva el verso libre y vierte en estas composiciones sus vivencias y sus sentimientos personales. Siente la poesía profundamente, casi desde su niñez, pues comenzó muy joven a publicar versos, que en sus primeros libros son de tipo intimista y también de tema social. Así Pasión de noche (1954), Diario de cinco años, Ser cura, (1958) y Profeta verso adentro (1960). Estos tres poemarios fueron reunidos en el libro Silencio íntimo (1976). Posteriormente publicó Cuánta noche en mis manos (1986) y Jesús del atardecer (2006), de contenido espiritual y religioso. En 1979 fue mención especial en el Premio de Poesía Alfonso Camín, de Gijón, con la composición “Al hórreo”, y en 1981 obtuvo el Premio Ana de Valle de Poesía, de Avilés, con el poema “Verso en ruinas”.
Fue amigo de poetas y tertuliano habitual en la reunión que la laureada poeta avilesina Ana de Valle, celebraba en su casa y a la que acudía toda la intelectualidad avilesina, en aquellos tiempos en que Avilés era conocida como “La Atenas de Asturias”.
Todas estas labores son enormemente meritorias, sobre todo si tenemos en cuenta que el ministerio sacerdotal le ocupa la inmensa mayor parte de su tiempo, atendiendo con ejemplar celo pastoral las parroquias que están a su cargo y ganándose el afecto y el respeto de sus feligreses que hace poco tiempo le han dedicado un multitudinario y merecidísimo homenaje.
Es mi deseo que cuantos tengan la fortuna de leer y saborear la obra de Feito, disfruten y sientan elevarse su espíritu con ella.
Fernando Álvarez Balbuena
Poesía para “bailar en medio de esta niebla espesa”, por Juanmaría García Campal
Con muy poco ruido, como dijo Ángel González que El otoño se acerca, llega hoy de mi mano Marta Muñiz Rueda entregándonos ella de la suya, de su ser todo, esta balsámica hermosura que es El Otoño es nuestro.
Y la acerco plácido y contento pues, aun cuando se diría que aquí no pasa nada, yo afirmo y, a su lectura, la persona lectora suscribirá conmigo que, como ante el emocionado descubrimiento del Arte mayúsculo, un silencio súbito ilumina el prodigio: ha pasado –y se ha quedado en estos versos de Marta– un ángel que se llama(ba) luz, o fuego, o vida y lo ganamos para siempre.
Confirmo con esta obra lo que ya intuí al escuchar a Marta algunos de sus poemas sueltos: que nos encontramos ante los bellos frutos poéticos de una gran amiga del sol que todo lo madura tal que Keats dejó dicho que es la estación del otoño.
Recorrer verso a verso, poema a poema, mes a mes, este Otoño que Marta nos ofrece como nuestro, es viajar en compañía de su sensible palabra a lo mejor de nosotros mismos pues comprenderemos, junto a Neruda, que las primeras flores son plumas de septiembre; experimentaremos, con Leopoldo de Luis, que vivir es retornar a cada Octubre para sentirse el corazón dorado; celebraremos que noviembre deje de ser una tarde desmoronada sobre piras de silencio que dijera Federico; reconoceremos con Montero, cuando sintamos hasta la maquinaria del corazón sin saldo: yo quiero ser diciembre y celebraremos que, ¡al fin!, El Otoño es nuestro y cómo nos ha caldeado el alma, no sólo para los periódicos inviernos, sino para todos los fríos de la vida.
Sí, verá quien efectúe el viaje, quien se regale el gozo de su sentido, que acabará la lectura de Marta, de su poemario, amén de con un cálido esponjamiento del espíritu, con la sensación de haber vivido, como en el Otoño de Juan Ramón, un ¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,/ en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,/ echado en el verdor de una colina!, de haber sentido que en estos poemas de Marta la vida se desnuda, y resplandece/ la excelsitud de su verdad divina.
Sí, sí, cito a grandes y maestros porque siento cómo existen creaciones literarias –y este poemario es uno de ellas– para las que ya antes de ser concebidas han sido escritos sus prólogos, o parte de ellos, con total inconsciencia de ambos autores, porque por así de juguetonas, vivaces y sensatas tengo a las musas de la loca y necesaria hermandad de la Literatura, de la Poesía y a las voluntades que la conforman, que la conformamos.
Tácheme de loco, ahora, si quiere, pero dígame, y dígase, al final de la lectura de esta opera prima de Marta Muñiz Rueda si no hablaba ya de ella Francisco Brines cuando escribió: Belleza del durmiente/ que agita el mudo pecho/ para alzarse después con mayor vida;/ como en la primavera los árboles del campo; u Octavio de Paz, también en su Otoño, cuando exclamó: ¡cuánta belleza suelta!
Pero todo esto se lo digo yo. Yo –que usando versos de Marta– soy un ser de paso fugitivo,/ un gris viajero efímero,/ un ejemplar humano de extraña fe sin Dios,/ sin permanencia. Yo que de todo lo divino,/ me quedo con lo humano.
Usted… Usted, ¡sin duda!, al fin de su lectura de este El Otoño es nuestro que ya será suyo también, reescribirá, mejorándolas, y acaso tildándome de parco, estas palabras de presentación.
En León, en el embellecido Invierno de 2015
Juanmaría García Campal
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