Descripción
(De la Introducción del autor):
… debemos insistir en que el principal objetivo pretendido por este libro es dar voz a esa auténtica Tercera España que durante siglos ha permanecido en silencio contemplativo de cómo el país y su sociedad se movía al son de lo que las otras dos Españas pensaran o decidieran. Pero antes de nada, subrayemos con fuerza que nos estamos refiriendo, no a los múltiples y artificiosos remedos de Tercera España que nos han presentado algunos políticos e historiadores, sino al gran segmento de población que reúne las condiciones de independencia intelectual e ideológica necesarias para opinar exclusivamente a la luz del sentido común y de la ley natural, sin prejuicios ni obediencias a ideologías de ninguna clase. En este sentido, cabe recordar las tres clases de personas que, muy acertadamente, nos precisaba nuestro gran filósofo Ortega y Gasset: las concienciadas y comprometidas, las que conocen los problemas pero “pasan” de ellos y las que desconocen “culturalmente” los problemas [que son la mayoría de la población].
Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, la definición más precisa, completa y ajustada que podemos dar de la auténtica Tercera España es la que coincide con el título de este libro, a saber, ni prejuicios ni obediencias. Naturalmente que, con estas actitudes previas, cabe esperar que los juicios que emitan los componentes de esa Tercera España se ajustarán más a la objetividad y a la racionalidad que los de aquellos integrantes de las dos Españas que, condicionados por las exigencias ideológicas de sus bandas extremas, pueden sentirse temerosos de disentir en “terrenos” de riesgo.
Por, supuesto, no pretendemos —ni intentamos— convencer a nadie de la irracionalidad del marxismo ni del fascismo. Los actuales feligreses españoles del primero son simples repetidores de lo que les dejaron en herencia política los pioneros del siglo XIX, herencia que la mayoría marxista española repite. Aunque en muchos casos desconozca la “calificación” que les concedió la historia, en cuya cisterna reposan rodeados de la sangre y del hambre que depararon a la humanidad. Pero Schumpeter tiene razón: la fe hace milagros —laicos, por supuesto— y genera prejuicios y obediencias que arrasan cualquier actividad del ADN y, por tanto, hacen difícil, si no imposible, convencer a los marxistas acólitos. De los fascistas no vale la pena hablar pues su culto a la fuerza, desprovista de ideas, y su fracaso y descrédito los han reducido a proporciones infinitesimales. Aunque sus oponentes de la extrema izquierda opinen que hay fascistas en abundancia apoyando su opinión en la misma razón “schumpeteriana” que guía su inquebrantable fe. Nuestra única esperanza está puesta en esa auténtica Tercera España —sin prejuicios ni obediencias— que desintoxicada y rebelde a cualquier presión, juzgue fríamente a la luz del sentido común. Si la dejan crecer y no la devoran las “correcciones políticas”, en ella está el futuro de España y de su sociedad.
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